Capítulo 2

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Salí de la editorial, me manejaba más o menos bien en Buenos Aires. O eso creía yo. Hablé con mi mamá por teléfono, su tono de voz casi rompe mis tímpanos, estaba indignada por simplemente haberle enviado un mensaje avisándole que ya había llegado. Me mandó la dirección de la casa por SMS, yo no me la sabia de memoria... pensé que el camino si me lo sabría, pero fui incapaz de darle indicación alguna al taxista, creí que terminaría perdida y muerta de hambre.

Menos mal el taxista si supo llegar y no tuve que morir de inanición (bueno, el hambre me hace ser algo dramática), la comida del avión ni la toqué, siempre he escuchado que es horrible y no me quise arriesgar.

Me bajé del taxi y no tuve ni que acercarme a la puerta de la casa para que esta se abriera. Mi mamá salió como un rayo y me asfixió en un abrazo mientras mi papá nos observaba desde la puerta, las lágrimas no tardaron en salir, las dos éramos un par de lloronas. Me acerqué a mi papá y tuvimos un abrazo de tres. Los extrañaba demasiado, pero la mayor parte del tiempo trataba de no pensar en eso.

Al fin entramos a la casa, estaba igual a la última vez que los había visitado, en realidad estaba igual que siempre. Mi madre no es muy aficionada  a la decoración.

Puse la mesa y estaba lista para devorar mi plato entero, pero entonces la primera pregunta incomoda llegó.

—¿Y por qué no viniste con Daniel? —preguntó mi madre.

Estuve a punto de tirar la comida de mi boca, mastiqué lentamente mientras pensaba mi respuesta.

—Es que... él ya no es mi enamorado. Somos amigos, solo... nuestra relación no funcionó.

Mi papá me miró arqueando una ceja.

—¿Te hizo algo? —preguntó.

—No ¡En lo absoluto! Dije que seguíamos siendo amigos.

Vi que mi mamá estaba lista para hacer otra pregunta, así que yo estuve lista para cambiar de tema.

—Me voy a quedar un mes entero con ustedes.

—¿En serio? Pensé que te quedarías a lo mucho una semana. Es fantástico, Marita —dijo mi mamá con brillo en los ojos.

Mi táctica para cambiar de tema no siempre es muy buena, pero esta vez había funcionado. Aunque ellos lo hicieron mejor.

—Luego de tu gira y todos esos viajes... podrías volver a vivir aquí ¿no? —dijo mi papá.

—Es cierto —dijo mi mamá—, tu habitación sigue intacta. Y ya que no tienes un novio que te distraiga por allá ¿Quién dice que el amor de tu vida esta aquí?

—Mamá... yo lo intenté. Cuando ustedes se mudaron aquí, yo vine con ustedes y me quedé un año. Es lo que pude aguantar. Mi vida está allá, me gusta vivir en mi país. No me imagino viviendo indefinidamente lejos de mis amigos, de esas calles, de la comida...

—Ok, entendimos. Con lo de la comida ya perdimos esta batalla —dijo mi madre.

—Yo diría la guerra —dije sonriendo.

Mis padres ya llevaban viviendo en Argentina unos 4 años. Ellos tomaron esa decisión cuando el hermano de mi papá se llevó al hermano de mi mamá a trabajar aquí. Así que mis tíos, primos, mis dos abuelos que aún estaban con vida y hasta un sobrino, todos vivían aquí. Querían estar cerca a su familia y mi padre pasó a ser socio de su hermano. Todo su plan parecía perfecto, pero ellos no contaban con que su única hija les fuera a dar la contra. Intenté seriamente establecerme en Argentina, pero gastaba demasiado en pasajes a Lima, y no podía seguir haciendo eso... era absurdo. Y un día simplemente les dije que me regresaba a Perú, el drama que se armó ya es imaginable.

Matando ilusionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora