Día 7

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Sonaba la alarma de un chico de secundaria, en un día sábado.

Lo malo es que era una alarma natural  compuesta por el canto de siete gatos, apagarla requería más esfuerzo de lo habitual.

Desperté sin ganas de empezar el día, odiando el mundo.

El Sol siempre haya un espacio donde filtrarse y joderme la vista, ¿Por qué será que insiste tanto en verse?

Para alguien como yo, que ama los días soleados, no debería ser un inconveniente o directamente una molestia. Amo el Sol en mi cara, pero no en cada despertar. Supongo que es la manera en la que el día me regala un beso.

Tardo siempre en ajustar mis bellos ojos a la intensa luz, cuando por fin lo logro, veo bolas extrañas alrededor de mi cabeza, pasa un segundo y percibo con mucha resolución otros pares de ojitos curiosos.

Desde hace una semana he despertado con la habitación llena de gatos. ¿Soy feliz por eso?

Absolutamente.

Es un nuevo día, es el primer fin de semana que comparto con mis siete bendiciones. Desde que esas bolitas peludas llegaron a mi vida he tenido más energía y mis compañeros dice que me han visto con mejor actitud.

Me estiro  igual que ellos y dejo que jueguen por mi cama, estoy cómodo, me permito unos segundos de pereza horizontal pero entonces escucho algo que me eriza la piel.

—Oye, ya tengo hambre.—se monta sobre mi panza el gatito de ojos oscuros.—Hoy quiero comer carne.—me habla.

El gato me ha hablado.

Como seguramente estoy loco por haber bebido latas energizantes, permanezco tieso sobre la cama y después me rasco los oídos.
Acabo de escuchar una voz, siendo que estoy solo con mis gatos.

—¡Oye! Ya levántate.—ahí está otra vez esa maldita voz desconocida.

—¡¿Quién habla?!—si soy sincero, tengo miedo.

Aunque es mayor mi desconcierto. Alzo mi almohada y veo que ahí está la navaja con la que duermo todas las noches, la vuelvo a ocultar mientras espero escuchar alguna otra cosa, los gatos me ven raro, pero yo tengo que protegerlos.

Me rasco los ojos, trato de enfocarme. Antes de bajar los pies de la cama, me quedo observando por si algún demonio me quiere jalar.

—¿Qué tienes?—pregunta alguien.

—¡¿Quién habló?!

¡Carajo, me volví esquizofrénico!

De golpe sube mi ritmo cardíaco y también me siento con náuseas, como si mi azúcar se hubiera bajado abruptamente, estoy a nada de lanzar golpes al aire y decirle a mi mamá que me regañe, porque esto que me está pasando está solamente en mi mente.

—Yo.—las patitas acolchonadas del gatito rubio caen en mi pierna, se apoya en mí.—¿Qué tienes?

—¿Te sientes mal?—otro gato se sube en mi pierna.

Me muevo brusco y salto de la cama, los hago caer. Esas vocecitas...no, no pueden ser de ellos.

¡Los gatos no hablan!

Los siete me miran extrañados, maullan y saltan de la cama, yo de inmediato huyo de ellos, en la persecución, escucho que ellos siguen gritando por mí.

—¡No nos dejes, por favor!—ignoro el llamado y cierro la puerta del baño con fuerza.

Hoy he amanecido loco.

Los gatitos de BajiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora