Baji es un chico que recoge a cualquier animalito que vea en problemas, aun si su mamá lo regaña por esto.
Un día cualquiera, encuentra una caja con gatitos.
Su nueva misión es encontrarles un buen hogar.
Hajime Kokonoi tenía un cachorro, su primera mascota.
A diferencia de otros niños, él nunca tuvo perros ni gatos, en casa solo había una pecera redonda a la que cruelmente le reemplazaban el pez cuando terminaban su ciclo de vida. En remotos recuerdos, el adolescente tenía las borrosas visiones de sus peces nadando boca arriba, flotando sin la necesidad de mover sus bellas aletas.
Pues bien, tenía padres con poco apego hacia los animales, el hecho de nunca haberse criado con animales domésticos los condujo a actuar igual con su hijo, hasta ese momento de su vida.
Hajime ya no era un niño que gritaría emocionado por tener su primer cachorro, ahora entendía la responsabilidad que conllevaba tener uno. Las mascotas dependían de muchas cosas, desde lo más básico como la alimentación, el aseo y adiestramiento, hasta lo más complejo y tardado que era crear un vínculo afectivo con sus dueños. Ahora a sus dieciséis, a su madre se le ocurría recompensar su buen desempeño académico obsequiándole un perrito, uno que si era muy bonito y daban ganas de mimarlo todo el tiempo, pero Hajime no se sentía motivado a hacerlo.
Habían pasado pocos días desde que tenía en casa a su cachorrito de orejas caídas. Como tal, era muy sedentario y eso le preocupaba, porque su comportamiento gatuno de ser muy dormilón dejaba reflexionando al chico, ¿no se suponía que los perritos eran más activos destruyendo cosas?
Siempre que volvía del colegio y entraba a su habitación, lo hallaba sentadito, esperándolo con una carita inexpresiva pero con su cola moviéndose felizmente, sus ojitos tristes pidiendo miles de caricias.
—Woof, woof—alzó sus patitas delanteras por unos segundos y después volvió a bajarlas.
—Hola —Hajime evitaba saludarlo como lo haría una persona emocional, para él era de locos hablarle a los perros como si fuesen humanos.
Sin embargo, a veces lo hacía de forma inconsciente, y por más veces de las que admitía.
—¿Tienes hambre?—comenzó a retirarse la corbata del uniforme y colgar el saco —Por lo visto no hiciste desastres hoy, muy bien.
Inupi movía la cabeza en dirección a su amo, lo seguía con sus patitas cortas, muchas veces lo hacía tropezar. Era muy chiquito.
—Dame un momento para que te dé de comer.
—Woof.
Hajime recordaba haber querido regalar al cachorro pensando que sería un dolor de cabeza. Con el tiempo las cosas se dieron distinto, tenía suerte de que fuese demasiado tranquilo; al jugar pocos minutos con él, fomentaba hasta cierto punto el cariño en ambos.
Inupi ya lo veía como un amo espléndido y la persona a la que más amaba. Hajime como un simple cachorrito dormilón.
—Inupi, ven—tendió su mano, el perrito solo se quedó quieto, razonando en qué debía hacer.
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