Capítulo 4

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El conde permanecía encerrado en su jaula de lata, por supuesto, con la compañía de sus dos acompañantes

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El conde permanecía encerrado en su jaula de lata, por supuesto, con la compañía de sus dos acompañantes. Los cocheros se habían instalado en una tienda cercana y se habían retirado inmediatamente después de cenar para descansar. Había sido una jornada larga, tenían que admitirlo.

—¿Alguien trajo un laúd? —preguntó Vallasthor.

—Dejé el mío en la taberna —respondió Shiann, un poco triste—. Espero que me lo cuiden bien...

—¿Una viola? —volvió a preguntar y solo recibió silencio—. ¿Un rabel? ¿Un salterio? ¿Una chirimía, tambor, pandereta...? ¿Un órgano?

—¿Cómo se supone que transportaríamos un órgano? —exclamó Krath.

Estaba apoyado contra el tronco de un árbol, cuidadosamente acomodado para no aplastar ningún hongo (y, por consecuencia, ningún hogar de ningún elfo). La luz de la fogata, anaranjada, apenas le llegaba. Por eso era el brillo de sus ojos lo que iluminaban su máscara, los huesos que conformaban ese cráneo demoníaco, los dientes grandes y afilados, los orificios donde debería estar la nariz, los grandes cuernos... Como si de verdad se tratara de un muerto.

¿Y si...?

—Hay algunos órganos portátiles, para tu información. Algunos son como un laúd, otros como una chirimía.

El chillido de un murciélago fue todo lo que recibió por respuesta. Y pasos. Muchos pasos que hacían eco y provenían de todos lados. Los ojos, curiosos, los observaban desde las alturas y desde la tierra. Desde los árboles y desde las flores. El bosque estaba vivo esa noche.

—Agh, qué mal. Realmente tenía ganas de cantar un poco —suspiró la caballera.

Se tiró hacia atrás, recostándose sobre una piedra que le hacía de respaldar. Se había quitado toda la armadura pesada, quedándose únicamente con su uniforme de cuero. Parecía alguien completamente diferente, más pequeña, más... elideana. Pero su mirada seguía siendo igual de imponente, porque el interior nunca cambia por más que el cuerpo lo haga.

—Si tanto te importa, te habrías preocupado de traerte un instrumento tú misma —soltó Krath.

—¿Nunca te has olvidado de nada en tus viajes?

—No. Nunca, cuando se trata de algo importante.

Vallasthor colocó los brazos detrás de la cabeza, a modo de almohada. Su cuello se había calmado bastante desde que habían salido, pero presentía que sería otra noche dura para sus nervios y músculos.

—Discúlpeme, señor perfecto. Cuando estás pendiente de muchas cosas y tienes demasiada información en tu cabeza es imposible recordarlo todo. Al menos no sin anotarlo.

Krath lanzó una risa de burla.

—¿Qué preocupaciones pueden acallar tu mente? Oh, ya sé, cosas como: qué tanto se ensuciará tu armadura en tu próxima misión o cuánto oro cobrarás.

Más que una misión secundariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora