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  Un nuevo amanecer en el pueblo de Karmaland, los rayos del sol entran por la ventana del rubio abrazando a la cara de un pelo azabache, acunando su cuerpo y susurrando leves palabras inentendibles para el ser humano, deseándole ánimos y fuerzas para enfrentar el calor que habría ese día. Gracias a éstas el joven con piel de porcelana despierta desorientado y con resaca. Talla su espalda y suelta un jadeo de dolor por los moretones, heridas o cicatrices. 

  Adormecidamente levanta de la cama de su amigo y estira sus músculos para relajar su cuerpo. Al abrir los ojos su vista se nubla quedando totalmente mareado, se apoya de nuevo en el suave y esponjoso colchón del español para poder recuperar su vista. Después de unos segundos se paró con mas lentitud implorando que no suceda lo mismo dos veces. 

  Mira a su alrededor, el cuarto es amplio. Cuenta con una cama matrimonial con mesitas con lamparas a sus costados, una ventana que a través de ella se puede observar un gran jardín repleto de flores de todos los colores y tamaños. Estas están húmedas por el rocío de la madrugada.

  Había ropa tirada por todos lados, el basurero estaba lleno, el escritorio tenía papeles, comida, vasos y ropas interiores. Al lado de este se encontraba el armario que contenía ropa tanto de él como de Rubén. Se acercó para tomar una remera del oso, la de él estaba sucia y no tenía ganas de lavarla hoy, se puso una de un logo de anime, sabia que era el favorito del rubio pero no lograba recordar su nombre.

  Al salir a la cocina se encuentra con su amigo tomando un café leyendo un libro, "Aristóteles y Dante" decía más pero tenia la vista borrosa y no alcanzaba a leer correctamente, miró el lavabo, al parecer el español había limpiado los trastes, suspiró por eso. Literalmente el de ojos verdes era su psicólogo, y sirvienta. No se sentía orgulloso por eso.

Rubius al notar la presencia de "su pato" levantó la mirada de aquel libro y sonrió, se veía tan lindo y adorable.. Y sin mencionar que solamente tenía puestos unos boxers negros que casi no se veían por lo largo que le quedaba la playera de él. Sintió sus mejillas arder.

No sabía porqué se ponía así con solo verlo en las mañanas. Al tenerlo de frente lo único que quería era abrazarlo, besarlo y llenarlo de mimos.  Tampoco lo quería descubrir, quería disfrutar de él y experimentar, además Quackity se lo permitía así que no estaba siendo egoísta ¿Verdad?

Quackity se acercó a él y lo abrazó, el mayor rodeo sus brazos alrededor de la cintura del pelinegro y lo miró con una sonrisa cariñosa y este imitó su acción, besó su frente con cariño y le preguntó:

—Buenos días, ¿quieres desayunar algo patito? — Comentó separándose del abrazo mientras se paraba.

—¡Por favor rubi! Muero de hambre, además luego tengo que salir a divertirme con Cochi y Beni y no me da tiempo para comer.  — Respondió con una sonrisa a lo que el rubio casi albino dejó salir una risita, sabía cómo era la forma de divertirse de ellos, no se oponía, el era igual o peor que él en ese sentido, así que solo lo dejaba ser.

—Dame un beso y prometo darte toda la comida que necesite tu estomago—. Rubius sonrió con malicia, amaba ver a Quackity enrojecido y tartamudeando por aquellas palabras, ¿cómo alguien podría ser tan inocente y perverso a la vez? Y allí estaba el mexicano rojo hasta las orejas tratando de decir algo sin sonar estúpido, tuvo que aguantar sus ganas de besarlo ahí mismo.

—E-Está b-bien Rubiu, pero solo uno ¿Okay? —He hizo lo que su amigo le propuso, depositó un beso rápido en los labios del contrario, el mayor aprovechó alargando un poco más el beso, al ver que el otro no se separó lo hizo sentir bien consigo mismo, lo volvió a abrazar con cariño para luego separarse en camino a cumplir su parte del trato. Preparó su desayuno y organizó la mochila con pines de patos o caricaturas de Cartoon Network ya que el menor era fan de ese canal de televisión, lo veían casi todas las tardes a la hora de merendar. 

¡𝐴𝑑𝑖𝑣𝑖𝑛𝑒𝑛 𝑄𝑢𝑖𝑒́𝑛 𝑅𝑒𝑔𝑟𝑒𝑠𝑜́! -En Edición-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora