XII

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Desabrocho los botones de mi camisa y cae al suelo como si de plomo hubiese sido cosida; todos y cada uno de los kilómetros de mi piel se erizan y al instante noto como está aquí de nuevo.
Me sonríe y como cada noche me suelta la frase que tanto me hace estremecer:

¿Qué me pedirías hoy?
Yo mantengo el silencio, pues él lo nota en mi mirada. Acto seguido me coge de las muñecas. Me hace daño, pero no pongo oposición alguna, pues, ya no merece la pena.
Me sube a la mesa y después de terminar entre mis piernas, abre las alas que le brotan de la espalda y sale por mi ventana, rumbo a no sé dónde, a observarme desde dónde yo no pueda verlo, pero sí sentirlo.

Y como cada noche, intento con cuchillas borrar las marcas que deja sobre mi piel.

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