〔:🌷:〕「 1 」༄˚⁎⁺˳✧༚

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El Kreideprinz observó su imagen en el espejo, escudriñando cada detalle de su cuerpo blanco y delgado. Tenía la piel suave y lisa, sin lunar alguno que la manchara, y en el cuello tenía una marca de nacimiento con la forma de una estrella perfecta de cuatro puntas.

Pero él sentía su cuerpo impuro, odiando su figura esbelta y avergonzándose de sí mismo. Se sentía como un templo profanado. Se le revolvían las entrañas al mirar su reflejo, viendo el miedo y la repulsión en sus propios ojos y la vergüenza en su expresión, y apretaba los labios para evitar que temblaran de impotencia.

La puerta de su habitación se abrió de golpe, interrumpiendo el silencio y la calma entre esas paredes. En el acto, Albedo deslizó sus prendas de dormir por encima de sus hombros, cubriendo su piel blanca. El Kreideprinz se giró a mirar a su visitante, descubriendo que era su sirviente personal.

En sus comisuras se dibujó una sonrisa al verlo, ese hombre al que tenía un cariño especial, y también con el que tenía un vínculo especial. Su nombre era Kaeya y en realidad Albedo no sabía mucho más de él, pero eso no le impedía quererlo más que nadie en el palacio.

—Mi príncipe —murmuró Kaeya, inclinándose en una reverencia—, la cena está a punto de servirse. Su padre y su hermano ya lo están esperando.

—Diles que enseguida voy —respondió Albedo.

—De acuerdo, mi príncipe. —La mirada fría de Kaeya se clavó en el rubio—. ¿Irá usted después de la cena al jardín del palacio? —inquirió.

—Es mi costumbre. ¿Por qué preguntas si ya la conoces? —replicó Albedo con media sonrisa.

—¿Sería entonces posible que nos encontráramos allí a medianoche?

—También es nuestra costumbre, ¿cierto? —replicó el rubio con complicidad.

—Tan solo quería contar con su confirmación. Ya sabe usted que me gusta asegurarme de las cosas.

Albedo le sonrió a través del espejo y Kaeya le devolvió la sonrisa. Se lo quedó mirando mientras el sirviente se inclinaba en una nueva reverencia antes de abandonar la estancia.

A pesar de que la diferencia de edad entre ellos dos no pasaba de un par de años, Kaeya era bastante más alto que Albedo. Tenía la piel morena, de un tono bronce que hacía resaltar su mirada azul como el cielo. Para ojos del príncipe, Kaeya resultaba un hombre atractivo, tanto en apariencia como en personalidad, y el Kreideprinz se había acostumbrado a sentir una agradable calidez en el pecho cada vez que estaba con él. Sin darse cuenta, se había enamorado.

Albedo, el Kreideprinz, era un joven lindo, alguien en quien sin duda tanto la naturaleza como Los Siete habían puesto todo su empeño en hacerlo atractivo. La belleza de su rostro era tan perfecta que resultaba artificial, como si fuera un delicado muñeco de porcelana creado con infinito mimo y esmero. No obstante, sus rasgos tan finos hacían que, a simple vista, fuera fácil confundirlo con una chica.

La madre de Albedo y Durin, su hermano mayor, había fallecido después de haber dado a luz a su segundo hijo, quien era la viva imagen de la reina a ojos de muchos. En el reino, de forma popular, se decía que el alma femenina de la reina había suspirado junto al recién nacido antes de ascender a Celestia, haciendo que su hijo varón heredara de ella quizá más rasgos de los que debía.

El pelo le llegaba a Albedo hasta los hombros y dos trenzas se unían en la parte de atrás de su cabeza. Cabellos ligeramente ondulados, casi lisos, sedosos, de una suavidad que era envidiada por todas las mujeres del reino. El color rubio ceniza que le enmarcaba el rostro contrastaba con el intenso turquesa de su mirada.

Tenía unos ojos grandes, brillantes, del color del mar pero también del color del campo. Verdes y azules a la vez, turquesas, como dos piedras preciosas, que cautivaban a cualquiera que tuviera la suerte de verlos. Una mirada serena y pacífica, pero al mismo tiempo enigmática y misteriosa, que parecía esconder los secretos del mundo.

Sus pestañas largas y oscuras hacían que hasta la forma en la que parpadeaba fuera perfecta. Su mirada hechizaba; tenía en ella más poder que el arma más letal y más encanto que la musa más bella. Complementando al turquesa enmarcado con negro de su mirada, destacaba el rosa que teñía sus labios.

No era frecuente ver al Kreideprinz sonreír, pero los pocos afortunados que eran premiados con una sonrisa suya aseguraban que era encantadora. A menudo Kaeya presumía ante sus compañeros de oficio haber visto una sonrisa del príncipe.

Albedo resopló antes de alejarse del espejo. Ni siquiera tenía hambre; su cuerpo cada vez más delgado era indicio de que llevaba tiempo con el apetito desaparecido. Sin embargo, debía presentarse en la cena si no quería provocar el enfado de su padre, aunque de tan solo pensar que tendría que compartir mesa con él y Durin se ponía enfermo.

Orquídeas en el cielo [Kaebedo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora