Albedo sentía el peso de la mirada de su padre, lo que lo obligaba a mantener la cabeza agachada y la vista fija en su plato. Se mordía el labio constantemente y, aunque era leve, sus manos temblaban cada vez que se acercaba el tenedor a la boca. Una asfixiante presión le oprimía el pecho y se ahogaba con su propia respiración, pero pensar que luego se vería con Kaeya en el jardín aplacó esa horrible sensación, al menos lo suficiente como para poder moderar su pulso.
Sentarse a la mesa con su padre y su hermano mayor Durin era siempre así. Albedo notaba la mirada rencorosa de su padre -quien culpaba a su hijo menor de la muerte de su esposa- de vez en cuando clavada en él; la voz de Durin intentando hacerlo reír le provocaba náuseas. Delante de ellos dos se sentía pequeño y débil, pero lo que más le aterraba era lo cerca que tenía a su hermano. Cada vez que sus brazos se rozaban accidentalmente a Albedo se le erizaba el vello y le latía la sangre en los oídos. Lo detestaba con todas sus fuerzas, mezclándose el terror y la repulsión en su corazón por sentir su presencia cerca.
El Kreideprinz no soportaba a Durin. Era quizás esa sonrisa dulce que tenía, o tal vez esa mirada que parecía bondadosa, o a lo mejor esa amabilidad de la que estaban cargados sus gestos, o podía ser que sus motivos fueran otros diferentes. Cuando se reía hacía bastante ruido y cuando se enfadaba daba mucho miedo. Era tan solo un par de años mayor que Albedo, pero parecía todo un hombre comparado con él. De hombros anchos y espalda fuerte, sus brazos eran robustos comparados con lo finos que eran los de su hermano pequeño y sus facciones eran mucho más masculinas que los rasgos afeminados del Kreideprinz.
Durin era el heredero perfecto. Desde pequeño el rey había sentido predilección por él y lo había mimado y criado como si fuera su único hijo. Albedo siempre había estado apartado, a un lado en la sombra, mirando cómo su padre tenía paciencia al enseñarle a Durin a sujetar bien la espada, mientras que con él se convertía en una persona irascible que terminaba por provocar el llanto asustado del pequeño príncipe a base de gritos de impaciencia.
El Kreideprinz siguió comiendo en silencio, escuchando sin interés la conversación entre su padre y su hermano. No lo hacían partícipe en ningún momento, no le dirigían la palabra ni por casualidad. En realidad, era mejor así para Albedo, pues probablemente le habría temblado la voz al hablar y su padre lo habría reñido por mostrar debilidad de aquella manera.
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Orquídeas en el cielo [Kaebedo]
Fanfiction«Yo creo que las estrellas que relucen allí arriba son las flores que se han marchitado aquí abajo. Mi padre dice que cuando las personas mueren, van a Celestia; pero yo no quiero ir a Celestia. Yo quiero convertirme en una estrella y observar desde...