〔:🌷:〕「 6 」༄˚⁎⁺˳✧༚

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El sol ya se marchaba por el horizonte. Todavía quedaban en el cielo algunas nubes que se rehusaban a marcharse, vestigios de la lluvia que había caído en el reino el día anterior. El cielo había adoptado ya los colores propios del atardecer, ofreciendo un espectáculo de tonos naranjas y amarillos que pronto darían paso a la noche.

En el jardín, el Kreideprinz tenía los ojos tristes. Su mirada turquesa no brillaba como acostumbraba y con demasiada frecuencia se quedaba embobado mirando a la nada. Sus hombros estaban también hundidos y andaba con paso lento y pesado, como si no tuviera fuerzas para ello. Lo que más destacaban eran las sombras oscuras bajo sus ojos, que hacían que el turquesa intenso de su mirada destacara más de lo habitual.

A su lado, Kaeya lo acompañaba, observando los gestos del príncipe en silencio, limitándose a disfrutar del tiempo que pasaba con él. Pero el sirviente tenía los labios fruncidos y se había percatado del desánimo que marcaba los gestos del Kreideprinz y de los suspiros amargos que de vez en cuando se le escapaban.

En ocasiones Kaeya hacía eso, se quedaba callado y tan solo miraba a Albedo haciendo cualquier cosa. De esa forma había descubierto que el príncipe tenía ciertas manías involuntarias. Por ejemplo, tendía a morderse el labio o a sacar la punta de la lengua mientras dibujaba, o se rascaba la nariz cuando mentía. A Kaeya le gustaba hablar, pero a veces también prefería el silencio. Solo el silencio le permitía descubrir ciertos detalles.

El sirviente se acercó al rubio, seguro de que debía de haber un motivo para que Albedo tuviera aquella expresión tan seria en la cara.

—¿Estás bien? —preguntó Kaeya, rodeando los hombros del príncipe con el brazo para estrecharlo—. ¿Hmm? ¿Qué te pasa, Albedo?

El rubio vaciló, pero finalmente se rascó la nariz con el dedo índice, sin levantar la vista, y contestó:

—No me pasa nada, estoy bien.

Kaeya frunció el ceño con actitud recelosa y lo estrechó un poco más.

—¿Estás seguro? —insistió.

Albedo lo miró y forzó una sonrisa que ciertamente pareció natural. Suspiró antes de responder de nuevo:

—Anoche dormí poco —dijo. Seguidamente se rascó la nariz de nuevo—. Eso es todo; no tienes que preocuparte.

Pero lo único que Kaeya hizo fue preocuparse más, porque Albedo se había vuelto a rascar la nariz.

Sabía que no le había dicho la verdad.

Orquídeas en el cielo [Kaebedo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora