Nadie decía nada, era como un tabú en el palacio, pero todos lo sabían, o, al menos, lo intuían. Todos intuían que el príncipe Durin traía a menudo a chicas jóvenes con las que pasaba la noche, al menos una o dos veces a la semana. Nadie las veía nunca ni entrar ni salir, pero todos escuchaban al príncipe y a su compañera durante la noche.
Kaeya iba de camino a la habitación del Kreideprinz. El trayecto lo obligaba a cruzar por delante de los aposentos de Durin y, en el silencio sepulcral del palacio, se oía absolutamente todo. El sirviente de Albedo agachó la cabeza y aceleró el paso, pero aun así llegaron a sus oídos suficientes sonidos como para que se figurase qué estaba ocurriendo, en una nueva ocasión, en la habitación de Durin.
La voz del príncipe sonaba como un susurro meloso y tenía un ronroneo en la voz que estremeció a Kaeya. Apenas podía entender qué decía, pero lo que sí escuchaba a la perfección eran los crujidos de la madera de la cama. Lograba también diferenciar los jadeos del príncipe mezclándose con lo que supuso que eran los gimoteos ahogados de la chica que lo acompañaba esa noche.
Kaeya no trataba a menudo con Durin; él era el sirviente personal de Albedo, así que no tenía por qué relacionarse con el hermano mayor. No obstante, no le agradaba, pero no era capaz de explicar el porqué, ya que todo se reducía a un mal presentimiento que le palpitaba en el pecho, un motivo absurdo cuanto menos. Durin no le caía bien, pero a Kaeya no le quedaba más remedio que inclinarse en una reverencia cada vez que pasaba a su lado si no quería problemas.
Kaeya dejó por fin atrás la habitación del primogénito, alejándose también de esos sonidos tan vergonzosos de oír. Avanzó un poco más hasta llegar a la habitación de Albedo, siendo sus propios pasos lo único que se escuchaba ahora a su alrededor.
La habitación del Kreideprinz era la que estaba más al sur y tenía un balcón que daba directamente al jardín y desde el que se podían observar las estrellas. La estancia estaba iluminada con candelabros, cuyas llamas bailaban y hacían relucir el oro que decoraba la gran mayoría de muebles. En el suelo había una moqueta de un azul oscuro que contrastaba perfectamente con el marrón que cubría las paredes. Había un espejo junto al balcón y una gran cama que sin duda alguna era lo más llamativo de la habitación. No era especialmente grande comparada con otras habitaciones del palacio, pero era bastante acogedora.
Kaeya se detuvo delante de la puerta. Dio un par de golpes suaves sobre la madera con los puños y después puso la mano en el pomo. Intentó abrir, pero frunció el ceño al percatarse de que la puerta estaba cerrada. Insistió una vez más solo para corroborar que no podía abrir.
Suspiró, desistiendo. Concluyó que Albedo estaba ya durmiendo. Le apetecía ver al príncipe antes de acostarse y pasar un rato con él, quizás abrazarlo y ver las estrellas desde su balcón; pero si Albedo estaba dormido, lo más sensato era dejarlo descansar. Sin más, regresó de vuelta a la habitación que compartía con otros dos sirvientes.
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Orquídeas en el cielo [Kaebedo]
Fanfiction«Yo creo que las estrellas que relucen allí arriba son las flores que se han marchitado aquí abajo. Mi padre dice que cuando las personas mueren, van a Celestia; pero yo no quiero ir a Celestia. Yo quiero convertirme en una estrella y observar desde...