〔:🌷:〕「 4 」༄˚⁎⁺˳✧༚

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Había estado todo el día lloviendo. Esa mañana había amanecido nublada y una oscura cúpula de nubes cubría la capital. A la hora del mediodía comenzó a caer el agua y así había estado hasta la hora de la cena en el palacio.

Era de agradecer que lloviera con esa abundancia, gracias a Los Siete sin provocar destrozos a las estructuras. Los campesinos llevaban un tiempo preocupados por la escasez de lluvia, pero por fin los Arcontes habían escuchado sus oraciones y habían bendecido el pueblo con un agua que para los campesinos era más valiosa que el oro.

Kaeya se preguntaba si en su reino natal habría llovido también. Él había nacido en el reino vecino, ese reino cuya estabilidad pendía de un hilo desde que la Reina Viatrix se había casado con el Rey Alatus de la dinastía Yaksha, ese reino que solía ser medianamente próspero y en el que ahora solo había muerte y miseria. Ahí se había criado Kaeya, en las tierras de los Ragnvindr.

La familia Ragnvindr pertenecía a la clase alta y acomodada, unos burgueses que tenían vastos terrenos en los que trabajaban campesinos de sol a sol. Mientras ellos sudaban entre los cultivos, los Ragnvindr vivían entre lujos, que no eran ni de lejos comparables a los de los monarcas, pero envidiables por las clases inferiores.

Una noche, sin dar explicaciones a nadie, Kaeya abandonó la casa en la que había pasado toda su infancia y adolescencia. Esa noche llovía mucho, lo recordaba a la perfección. Recordaba el agua cayéndole sobre los hombros y mojándole el pelo y recordaba también lo rápido que le latía el corazón mientras se alejaba del que había sido su hogar.

Nunca mencionaba nada sobre su pasado, ni siquiera a Albedo. Su historia era un relato que reservaba para él mismo y un recuerdo que muchas veces deseaba olvidar. Los momentos felices en la casa de los Ragnvindr habían quedado opacados por los acontecimientos de aquel último día de Kaeya en el que había considerado su hogar.

Caminaba tranquilo, con la intención de visitar al Kreideprinz en su habitación, pero pasear solo por los pasillos del palacio empezaba a resultarle una tortura. El silencio lo rodeaba y la falta de estímulos externos debido al monótono entorno lo llevaba a sumirse demasiado en sus pensamientos. La lluvia que bendecía la capital, que se oía como un débil y lejano chapoteo, evocaba los recuerdos amargos de aquella noche.

Algo grande tuvo que suceder para que Kaeya renunciara al prestigio del apellido Ragnvindr y adoptara el apellido Alberich, que nadie sabía de dónde provenía.

Orquídeas en el cielo [Kaebedo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora