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A n d r e i.
 

  

Miro hacia el frente y escucho lo que dice el hombre frente a mí, recargo mi espalda contra la mullida silla de mi escritorio y entrelazo ligeramente los dedos debajo de mi mentón.

Siempre me he caracterizando por tener todo bajo un control muy riguroso, más aún cuando se supone que estoy a cargo de una de las organizaciones más grandes de, no solo toda Rusia, también de los Estados Unidos. Mi apellido tiene peso y logra conseguir lo que sea que yo quiera en una muy corta cantidad de tiempo, no importa lo que sea, siempre lo consigo. He trabajado muy duro para llegar donde estoy, me he ensuciado las manos y no tengo ningún tipo de remordimiento al respecto. A veces, para obtener lo que quieres, debes deshacerte de unas cuántas personas. Eso es lo que yo he hecho y me ha resultado... Bastante bien, gratificante a decir verdad.

Mi padre fue una de esas personas, es una lastima que haya tenido ese trágico final a manos de su propio hijo, sin embargo, el hombre era un maldito bastardo y disfruté mucho acabando con su miserable vida.

¿Eso qué dice de mi?

Las personas me temen y eso, lejos de molestarme, me gusta, en cierto sentido me resulta placentero. Ver el temor en los ojos de mis enemigos antes de torturarlos e incluso, antes de matarlos, me encanta. Puede que resulte enfermo, aterrador y repugnante, muchas personas piensan eso sobre mí y aún así no son capaces de decírmelo frente a frente, saben lo que les podría suceder si eso pasa.

Observo a mi hermana, Anya, entrar a mi oficina, lleva un jarrón con flores recién cortadas en sus manos y me pongo enseguida de mal humor cuando la veo poner esa maldita cosa en la pequeña mesa ratona de caoba, sabe que odio esas malditas cosas en mi oficina, y más si son tulipanes. Aborrezco el olor de los tulipanes.

Me recuerdan a ella...

Cansado y sumamente aburrido de escuchar hablar al imbécil frente a mí, solo tomo mi arma y le doy un certero disparo en la cabeza. La sangre salpica hacia atrás y escucho que Anya grita asustada.

Sonrío.

—¡¿Estás loco?!— me grita en nuestra lengua materna, yo solo le doy una mirada antes de poner mi arma sobre la mesa.

—Agradece que eres mi hermana, de ser otra persona también te habría matado por hablarme así— le respondo de la misma manera.

—Acabas de arruinar la nueva alfombra— se lamenta, yo solo ruedo los ojos.

—Pues yo no pedí una nueva mierda de esas para mí oficina, solo para empezar, Anya— aclaro—. Y llama a Viktor, dile que limpie éste desastre.

Vuelvo a tomar mi arma y la coloco en la parte trasera de mi espalda, listo para salir y encargarme de algunas cosas.

—¿A dónde vas?

—A matar al resto de la mierda que cree poder engañarme para robar mi cargamento de armas— le doy mi más oscura sonrisa—. No me esperes para almorzar.

 
 
[•••]

 
 
 

Escuchar sus gritos llenos de agonía, el que pidan misericordia y me rueguen por detener mis acciones solo me llena de la más grande y grata satisfacción, me gusta ver la sangre derramarse lentamente, me gusta ser el causante de esos llantos dolorosos que llenan todo lugar. Torturar personas para mí es como respirar, es lo primero que me enseñaron a hacer a los cinco años de edad, así que mientras otros niños aprendían a montar en bicicleta, yo aprendía a cortar dedos de una sola tajada con una minúscula navaja suiza. Cosa que debía hacer sin protestar si no quería llevarme una gran paliza como reprimenda.

Dulce ObsesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora