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la música resuena por todo el salón, una melodía suave que marca un vaivén delicado. todos parecen divertirse... dentro de lo que cabe. a ti no te parece tan llevadera esta ridícula fiesta de compromiso. tú no quieres comprometerte, acabas de cumplir veintiún años, ¡deberías tener una vida normal! pero es tan difícil pretender ser normal cuando naciste siendo el único hijo varón de un emperador.
ves como la servidumbre va de allá para acá, llevando y trayendo comida y no dejan de moverse. te preguntas cómo es que, aún siendo tantos, parecen estar tan ocupados todos.
no puedes evitar reírte cuando uno de los chicos que reparte las bebidas se tropieza con sus pasos y casi cae, otro sirviente arrebata la bandeja de sus manos para hacerlo por él mismo. verlo tan perdido te hace sentir un poco mal, así que te acercas lo más que puedes.
— hey... ¡hey! — él ve a ambos lados hasta que da con tu mirada, y le haces un ademán para que se acerque. algo tímido, lo hace.
— ¿necesita algo, su majestad? — sonríes. sabes que, siendo el príncipe, los sirvientes deben mantenerse súper correctos contigo, aunque admites que a veces te agota poseer tal superioridad.
— tu nombre. — es todo lo que dices, y estas simples palabras no son suficientes para que él entienda. es una petición extraña.
— ¿huh? — ríes al verle tan confundido. te acercas un poco más, aún siendo oculto por la gran columna que se alza junto a ti.
— tu nombre... ¿cuál es tu nombre?
— oh... uhm... choi soobin.
— choi soobin... ¿me acompañarías fuera? — él no dice nada, y aprovechas su momento de silencio para agregar. — la fiesta se ha vuelto aburrida y no quiero ir al jardín solo... está muy oscuro, me hace sentir inseguro... ¿irías?
por un momento, parece dudar.
— sí... sí, claro...— otra sonrisa dulce le encoge el corazón y la sensación que provoca tu mano en la suya cuando comienzas a arrastrarlo al jardín del palacio lo hace sentir... extraño.
— es una noche hermosa...— el pelinegro ve de reojo como el viento otoñal te acaricia el cabello y quita de tu bonito rostro los mechones que sobre este caen. y se sobresalta cuando tus ojos recaen sobre él, descubriendo que te miran con fascinación. — ¿hace cuánto trabajas en el palacio, choi soobin? no creo haberte visto antes.
— sólo llevo una semana aquí, pero...— lleva su mirada a sus manos, que juegan nerviosamente con la tela de su uniforme; y se detienen cuando tú posas una de tus manos sobre las suyas.
— ¿pero? — está seguro que se ha sonrojado. las palabras que los demás sirvientes le decían aparecen en su cabeza... la bellezaandrógena del únicohijo del emperador es capaz de hacersucumbirincluso al hombre de corazónmásfrío.
— es un trabajo difícil... no creo que pueda...— pero deja de hablar cuando el peso de tus dos manos arropando las suyas lo obliga a callar; levanta la mirada sólo para encontrarse con tus ojitos brillantes mirándole fijamente.
— no renuncies, joven choi. — traga seco. tu cercanía le pone los pelos de punta.
— ¿p-por qué no? — le sonríes, y sólo eso basta para cortarle la respiración de golpe.
— quiero conocerte más... ¿te gustaría ser mi mayordomo personal? — le preguntas entre sonrisas tontas. notas cómo aprieta los labios.
— ¿por qué yo?
— ya sabía que llevabas una semana aquí, no soy tonto. — callas y agregas. — estaba buscando el momento indicado para acercarme a ti.
— ¿...por qué yo? — la forma en la que repite su pregunta te saca una risa. es tan tierno y puedes sentir a la perfección cómo sus manos tiemblan bajo las tuyas.
— joven choi... ¿aceptarías la orden imperial de permitirme que te robe un beso?
esperas una respuesta negativa por su silencio profundo, pero una sonrisa dulce se dibuja en tu rostro cuando él asiente.
y esa noche la luna parece brillar más hermosa que nunca.
