─⠀⠀Control absoluto.

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⠀⠀─¿Eh?

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⠀⠀─¿Eh?

─¿Está usted sordo, señor pollero? Cumplo con todos los requisitos para ser la pareja de Juan.

Pasó saliva. Ignoró el repentino cosquilleo en sus palmas. ─Y bueno, ¿qué querés que haga?

─¡Dah! Pues hablar con él, ¿no se supone que tú tienes que avisarle? Tú eres el dueño de la imprenta.

Dios, era insoportable, la voz de esa mujer era insoportable. Le caía mal, tratando a todos como si ella fuera lo mejor de lo mejor, el último diamante del mundo, una joya preciosa y exótica. Como si fuera especial. Lo que más disgustado lo dejó fue que Ari cumplía de verdad con cada expectativa y requisito que el hechicero había dejado en su revista.

Se llenó de bronca, le daba bronca. Juan decidió solo y repentinamente que quería pareja, fue hacia él como si nada y le pidió que ponga un anuncio en Spreenfield News, como si... ¡Y, por Dios! Lo que más le jodía de todo es que no entendía porqué mierda le daba bronca pensar en Juan junto a Ari, junto a alguien más.

Al final del día, después de las 11 de la noche, después de que toda la maquinaria y las luces de la pollería se apagaran, después de que los pollos quedaran alimentados, después de que todo quedara limpio, Juan siempre estaba ahí, en la puerta de la pollería, mirándolo desde abajo, sumiso, como debía ser. Juan siempre iba a estar ahí, porque así lo habían pactado sin palabras, sólo con acciones.

Él nunca le iba a fallar, porque incluso si el mundo se derrumba y el Día del Juicio llega, ellos iban a estar besándose, tocándose, reclamándose el uno al otro. Iban a pecar hasta el último día.

─¿Hola? Oye, si no planeas atenderme iré directamente yo al santuario de Juan a decirle, ¿escuchaste?

Aclaró su garganta, sostuvo su mano para que dejara de temblar. Se sacudió cuando notó sus garras y sus colmillos más afilados de lo normal. ─No se preocupe, señorita. Voy a ir a avisarle ahora mismo a Juan sobre esto.

La chica rubia se retiró sin siquiera saludar, dirigiéndose al portal verde.

─Mayichi, te quedás a cargo mientras no estoy. ─La chica de diadema de felino miró con sospecha. Su jefe se veía un poco más molesto de lo usual, y era prácticamente imposible que algo lo hiciera salir tan temprano del trabajo, mucho más por alguien que odiara tanto como el hechicero del pueblo verde. Aún así, no hizo más que caso.

Spreen se dirigía hacia el santuario

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Spreen se dirigía hacia el santuario. El plan original era llamar a Juan para que vaya a la pollería, y de ahí lo llevaría a su hogar, pero el hechicero lo invitó a su hogar, y ¿quién era él para negarle privacidad al ruidoso chico de gafas?

Estaba excitado, sentía su cuerpo arder y sólo podía pensar en que sería Juan quien calmaría aquel fuego que hervía su sangre. Juan lo esperaba a él, lo buscaba a él, estaba con él. No con Ari, no con la desconocida Rubí. Con él y sólo con él, y así sería hasta que la muerte los separe. Spreen lo había decidido así, y él siempre obtenía lo que quería.

Le cosquilleaban las manos, desesperado por acariciar la cintura del hechicero. Le dolían los colmillos, porque necesitaba marcar territorio en Juan. Y, Dios, se sentía completamente borracho de tentación y nerviosismo cada vez que veía más cerca el santuario.

Quería correr hacia allá, quería entrar y con desespero tomar a Juan. No tenía paciencia, no quería tenerla. Quería atacarlo, quería acecharlo, controlarlo, guardarlo en un frasquito y sólo poder verlo él. Su imaginación volaba, y ya podía incluso degustar el cuerpo de su presa.

Tan sólo fue un segundo, pero imaginó a Juan gemir otro nombre que no fuera el suyo. Y se desesperó aún más, tembló y se enfadó con su propia mente. Automáticamente, perdió el control y la pequeña razón que le quedaba.

Aquella noche obtuvo el cuerpo de Juan, el calmante de su celo primaveral. No era Ari quien tenía a Juan, ni Rubí, ni Ollie, ni nadie más que Spreen.

─Juan, sos mío.

Mientras el hechicero siquiera pudo replicar en medio de sus balbuceos y gemidos, el azabache liberó un peso, y por fin entendió la violencia que manejaba sexualmente aquel día: quería el control absoluto sobre Juan, y no estaría tranquilo hasta asegurarse de tenerlo.

Mientras el hechicero siquiera pudo replicar en medio de sus balbuceos y gemidos, el azabache liberó un peso, y por fin entendió la violencia que manejaba sexualmente aquel día: quería el control absoluto sobre Juan, y no estaría tranquilo hasta a...

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⸸ spruan.

act fool. ─ spruan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora