XIV

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El silencio era de lo que más abundaba en la cueva, el brillo resplandeciente de los cristales eran su única luz y su toque con la tierra era su única distracción.

Comenzó a mirar a la entrada ansioso de algo, esperando algo, pero nada sucedía, nadie llegaba, ni el ruido de alguna ave se escuchaba.

—¿Sucede algo?

Tomura no había perdido ningún gesto de Izuku, notaba su mirada hacia la entrada pero no sabía que era lo que esperaba.

—No, solo...todo es tan silencioso.—Dijo con una sonrisa, cual se desvaneció por el ruido de su estómago, sí, ya era extraño que este no suene del vacío que tenía.—¡Lo siento!

Tomura rió levemente y acarició la cabellera de Izuku—Debes de comer algo

—Pero aquí no hay nada...

—Afuera sí.

—No quiero dejarte...y sí salgo ¿y todo resulta ser un sueño?... Tengo miedo de salir y no volver a verte...otra vez.

—Tranquilo, yo estaré aquí...—Dijo y el peliverde infló sus mejillas acompañado al puchero en su labio—No te cuide 300 años para que tu quieras morir de hambre. —Se levantó y tomó las manos de Izuku consigo, levantándolo a él también.

Lo guió hasta la entrada, Izuku miraba sus manos juntas, su mano era cálida pero la de su amado era fría, sin pulso...
Realmente le parecía un sueño, uno injusto en el que está vivo y las personas que ama no.

Vió la luz del sol y esa era su señal, él debía de continuar su camino al pueblo, aún con la mano de Tomura, salió, escuchó el riachuelo cerca, el cántico de los pajaros, algún animal mordiendo la hierba y la brisa del viento golpear las hojas de los árboles y arbustos. Sonrió a su amado, quien aún se mantenía bajo la oscuridad del escondite, jaló su mano con la del otro pero solo su mano salió a la luz.

Miró su mano y volvió a ver a Tomura, quien le sonreía suavemente, parecía haber una barrera invisible, la cual impedía la salida de su amado, mordió su labio de frustración y se acercó al peliblanco.

—No debiste hacer un trato con él...

—Si no lo hubiera hecho, no podría tenerte en mis brazos como ahora...—Movió los mechones de Izuku y besó su frente.—A guardaré por ti aún si eso me cuesta toda la eternidad...

—No digas locuras, volveré en un rato—Izuku enterró su rostro en el pecho del otro y lo abrazó fuertemente.

(...)

Sabía cómo llegar al pueblo y de eso no tuvo problemas, pero si los tuvo al no saber a quien acudir, el pueblo era aún más sonoro.

La risa de los niños jugando, rodeando su cuerpo, y la sonrisa amable de las mujeres que lo saludaban.

Tímidamente les devolvía el saludo, todo parecía tan distinto a su pueblo pero al mismo tiempo eran similar y ahí recordó su casa, ¿que era de ella desde que no está? , ¿es posible que aún exista?

El camino era nostálgico, tenía muchos sentimientos encontrados, extrañaba su pueblo, sus amigos, su familia.

Frente suyo se encontraba la única prueba que conocía para saber que ahí estuvo su casa, un gigantesco roble saludable que había sembrado cuando su madre falleció, por supuesto, han pasado 300 años desde su ausencia, como alguien podría haber mantenido una casa vacía en buen estado.

—¡Izuku!

El peliverde volteó ante el llamado, encontrándose con la pelirosa chica junto a una chica de cabello corto, quien parecía atónita ante su presencia.

La Dama De CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora