CAPITULO IV

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Anastasia Weinhooth

Las manos me sudan, no puedo pensar en una sola cosa, me siento inquieta, nerviosa. Creo que voy a vomitar. Inglaterra... Lugar que ha sido como un hogar toda mi vida, y cada vez que vuelvo recuerdo que solo es un nido de víboras y secretos.

El avión ha aterrizado en la pista. Me indican que tengo que bajar, no quiero bajar. No quiero volver al castillo. Quiero que el avión parta de nuevo y me lleve a Francia con mis padres, con Elizabeth, con Stefan.

Cierro los ojos, suspiró pesadamente, me levanto de mi asiento y camino a la salida del avión, el cielo está nublado, un lugar triste si lo comparo con los rayos de sol que ví en casa de mi padre.

Hago un puchero viendo el suelo, bajo las escaleras y busco con la mirada al hombre vestido de negro que sostiene el cartel con mi nombre, me llevará al castillo.

Cuando lo ubicó no siento nada, pero al ver a quien está al lado de él me invade una alegría inexplicable. Nathan. Mi Nathan.

Trato de caminar derecha, hay un poquito de gente al rededor, no quiero que presencien una escena vergonzosa para mí.

—Monie —me saluda, aún estamos un poco lejos, pero aún así puedo oírlo.

—Nath —no controlo el impulso que me domina, corro a sus brazos, me recibe con un gran abrazo de oso que me deja sin aire, huelo su cabello, lo aprieto y dejo un beso en su mejilla.

Mi otra mitad, la otra parte de mí, mi espejo.

No lo había visto en dos semanas, y eso para mí es una eternidad. Nunca me separó de mi hermano.

—¿Tanto me extrañaste Monie? —me suelta y me deja un beso en la frente, en la nariz y el último en la mejilla. Lo vuelvo a abrazar, aspirando su aroma, este me da paz.

Nathan toma mi mano, recoge mi maleta y caminamos con el chófer a la camioneta que nos llevaría al castillo Weinhooth.

—Te extrañe mucho... —suelto su mano, para poder abrazarlo y caminar así con él, sé que no le molesta, lo sé.

—Y yo a ti, Monie. Pero... Antes de que te emociones más... En el castillo están las tres A, y Jorge —mi expresión de felicidad cambia a una mueca de extrañes, y disgusto.

 ¿Qué harían Amanda, Amara, Amy y Jorge en casa? No tengo nada en contra de Amy, pero tener a los hijos de Juliana bajo el mismo techo, sin mi papá presente... Suena a conflictos.

 No conmigo, con mi hermana Lauren. El martirio será para ella, no para mí. Mi abuela me mantiene como su protegida, por lo que no me tocan, pero a Lauren...

Suelto a Nathan y mi impulso de correr se enciende, casi tiro las maletas en el portaequipajes, me subo corriendo, Nathan hace lo mismo, el viaje al castillo es de dos horas, son las seis de la mañana, tuvieron que haber llegado ayer en la tarde, o en la noche, me preocupa que algo le haya pasado a Lauren.

Estoy en el castillo. Ni me preocupo por lo que pase con mis cosas, los mayordomos se ocupan de eso.

—Buenos días, srt. Mónica, srt. Nathan —el custodio de la puerta nos permite el acceso al castillo.

—Buenos días Elliot —le responde Nathan, yo le sonrió e ingreso a la propiedad.

Caminamos hacia el jardín privado de Juliana, es un lugar decorado a su gusto, es a dónde lleva a sus hijos y visitas más queridas.

La servidumbre se desempeña en sus tareas sin ninguna interrupción, ya saben a qué abstenerse de cometer un error.

Los hijos de Juliana... Cada vez que me acerco hacia la entrada de ese jardín, puedo escucharlos conversar. Ellos son particulares. No son como nosotros. Tienen algo diferente, fuera de estos muros intimidan al mundo y se comen vivo a quien se interponga entre ellos y lo que quieren, pero bajo el techo de su madre son simples personas haciendo una que otra travesura.

—¡Mónica! —la primera en levantarse es Amanda, sonrió colocándome la máscara de hipócrita—. Mi querida sobrina, ya te extrañaba.

—Buenos días a todos —tomo las manos de Amanda y doy dos besos en sus mejillas. La mirada de Jorge me perturba, por lo que sólo doy un beso en su mejilla y me alejo de la forma más rápida y disimulada que puedo.

Hago lo mismo con los restantes, mi abuela me da un abrazo tan breve como un beso en la mejilla.

—Llegaste más rápido de lo esperado, mi niña.

—Nathan me contó que estaban aquí, quería verlos. Llevan tiempo sin venir a visitarnos.

Amara se muerde la lengua, sé que iba a lanzar su primer escupitajo de veneno. Amy toma té con toda la calma, ajena a la conversación, Amanda me ve divertida —perturbante, así la definiría, al igual que a Jorge, a quien no me le acercó ni veo—. Ahora quisiera que Juliana me mandará a mi cuarto.

—¿Por qué no te sientas con nosotros? Tomaremos el té —mi mirada se dirige a Jorge, quien se arrima en el sofá para darme espacio, ninguno dice nada, veo mi abuela esperando alguna orden, pero ver que sólo se fija en su té me es señal para que me siente.

Nathan se mantiene en el mismo lugar, trato de ignorar el hecho de que Amanda se lo está comiendo con los ojos.

El sofá se hunde, el olor de Jorge me inunda y siento que me marea, más cuando su mano entra en contacto con mi cabello. La piel se me eriza.

—Estás más grande que la última vez que te vi... —me sigue perturbando, lo veo por el rabillo del ojo, rígida. En la nuca puedo sentir la mirada de Nathan, no es tanto por mí, es más por Jorge y lo que produce.

—Eso fue hace ocho meses... —respondo en voz baja, bajo la mirada a mis dedos, estos juegan entre si, necesito sacar el nerviosismo de alguna manera.

—Tendré que venir y visitarlas más seguido —sonríe, voltea a ver a su hermana, casi gemela.

Amanda y Jorge son muy parecidos, tiene cinco años de diferencia, pero eso no quita que parecen gemelos. Ambos son altos, Amanda mide 1.78 y Jorge 1.85; todos en mi familia son altos, el más bajo medirá 1.65 a lo mucho. Ambos tienen el color negro en el cabello y el gris en los ojos, un rasgo Weinhooth muy marcado, más que poseen una actitud y personalidad tan parecida...

—Deberían —esta vez interrumpe mi abuela, siento un extraño alivio de oírla—. Niña, ve a tu habitación, ordenare que te lleven el desayuno, después de que termines quiero que me esperes en el piso 2, con tus hermanos.

—Mamá, no haga que se vaya, Mónica es una compañía que me produce placer, aparte nunca la vemos, debemos compartir este tiempo con ella —le dice Amara, tomando la mano de su madre.

—Tendrás mucho tiempo para compartir con Mónica, pero tendrás que controlarte y esperarte —le responde Juliana con total calma.

Amara suspira, como si le diera mucho pesar que me vaya.

—Están muy guapos, ambos son idénticos, es como ver dos versión de ustedes en uno —dice Amanda, quien nos ve a los dos a detalle.

—Gracias tía —le responde Nathan con una sonrisa, le aprieto el brazo de forma disimulada. Esa mujer está loca, en todo el sentido de la palabra.

—A ustedes por su compañía, pasaremos un tiempo juntos después... —se me eriza la piel, veo a Jorge, me ve fijamente, ve como agarro a Nathan del brazo. Amara parece estar maquinando un plan malvado en su mente.

Busco, extrañamente, un refugió en Juliana, quien nos da la señal de que nos vayamos, asiento y junto a Nathan me retiro del lugar, contando silenciosamente los pasos hasta la salida.

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