CAPITULO VI

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Lauren Weinhooth

Nunca sabré la razón de porque Juliana siempre me ha visto como una bastarda, como si no fuera su nieta, solo como un estorbo.

Hace años eso me dolía, el saber que mi abuela pensará que yo no era más que un estorbo me afligía, ya no. Ya es solo el día a día de mi vida en este castillo.

Juliana culpaba a mi madre, decía que yo era el producto de una traición. Tal vez el hecho de ser la menos querida; ya que no me esperaban, ni querían otra hija, tal vez esa es la razón de tanto desprecio hacia mí.

Juliana siempre amo a Anastasia, Anastasia era la luz de sus ojos cuando nació, al menos eso dice ella, y mamá dice que cuando yo nací, Juliana pensó que yo opacaría toda la atención y que Anastasia quedaría desplazada.

Una idea estúpida.

Mi hermana permaneció una semana en Francia, y yo permanecí la misma semana encerrada en mi habitación. Algunos días sin comer y otros si. Juliana se encargo de eso.

Le encanta matarme de hambre, a veces sin agua. Algunos días entraba aquí y se divertía conmigo y sus monstruos. Yo soy para ella el centro de entretenimiento.

No disfruto ser su entretenimiento. Desearía que este reflector brillará sobre alguien más y no sobre mí.

—Entonces Angelina... —la voz de mi abuela  me hace activar las alarmas—. ¿Ya aprendiste la lección?

—¿Cuál lección? —frunzo el ceño, sé a qué se refiere—. ¿Me estabas castigando?

—Insolente —saca su mano de atrás de su espalda, está empuñando una fusta, la piel se me eriza—. Te ves muy tranquila.

—¿Por qué no debo estarlo? —me burlo con simpleza, viéndola como si ese objeto no fuera nada.

Le molesta, aprieta el empuñe, se acerca a mí, no me muevo de mi lugar. Su mano se alza y la fusta choca contra mi pierna, provocando que mi piel se torne roja.

Contengo la respiración sin apartar la mirada de ella. No la haré ver qué me duele. Aprendí que debo abrazar el dolor, no huir de él.

Ella en algún momento dejará los golpes, verá que no me produce dolor y a ella no le provocará placer. Tendrá que buscar otra alternativa.

La molestia es evidente en su rostro, vuelve a golpearme, una tras otra vez, me hace caer en el piso. Quiero llorar, estoy sangrando. Quiero gritar, pero no debo. Quiero huir, pero no puedo darle la espalda. No puedo dejar que vea que me estoy rindiendo.

—¿Aún sigues despierta? —se agacha frente a mí, estoy temblando con el dolor que siento.

—No voy a rendirme —las piernas me tiemblan tal cual gelatina.

—Eso supuse —toma mis mejillas, sus uñas se entierran en los cortes que su fusta creó, un pequeño grito ahogado sale de mi garganta—. ¿Te crees muy fuerte? ¿crees que eres fuerte? Quieres llorar, ya no puedes más.

Su uña se encaja en mi piel, quiero gritar y llorar con desespero, pero no lo haré, no frente a ella.

—Nunca me verás rendirme Juliana —mis ojos están enrojecidos, la voz me tiembla, pero mi objetivo sigue firme. No le voy a dar el gusto, así me muera por ello.

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