8. Mustia

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Mi madre se sienta a mi lado con una taza llena de café con leche. Puede que casi no coma, pero del desayuno no se olvida. Yo, por mi parte, a duras penas puedo acabarme mi vaso de zumo. Tengo el estómago revuelto, y no por la resaca ni nada de eso, ya que cumplí la promesa que me hice a mí misma de no beber mucho, el problema es que ayer nada salió como yo hubiera querido: Andrea y Cristian acabaron enrollándose apoyados en una pared de la discoteca. Y eso era de esperar, lo realmente malo fue que se dieron los teléfonos y parece que tienen intención de quedar. Y eso nos involucra a los demás. Por lo menos a Emma y a mí y, seguramente, también a Iván. Rashid y Niko van más a su bola, aunque ayer agradecí su presencia, gracias a ellos me libré de tener que aguantar a Iván toda la noche. En cuanto el susodicho me llevó con sus amigos, secuestré a Emma y casi no tuvimos contacto con los chicos. Permanecimos cerca para asegurarnos de que Andrea estaba bien, como buenas chicas, y, cuando acabó de darse el lote con su nuevo ligue de verano, nos fuimos. Cristian se ofreció a acompañarnos y yo me negué. A Andrea no le hizo mucha gracia, no obstante, no protestó, era consciente de que nos había dejado tiradas por un tío, nos debía un camino de regreso a solas.

—No tienes buena cara —advierte mi madre. Yo me encojo de hombros—. ¿Discutiste con tus amigas anoche?

—No.

No discutí con ellas porque preferí no hablar mientras ellas comentaban la jugada, mientras Andrea nos narraba las virtudes de Cristian. Yo callé y me tragué lo que sentía. Andrea no tiene la culpa de mi odio irracional a Iván, nadie la tiene. Algo entre nosotros no funciona, hace que colisionemos. Y es un sentimiento mutuo, de eso estoy segura.

—Tu abuelo va a venir a pasar unos días con nosotras —me anuncia mi madre, que se ha conformado con mi respuesta y no le da mayor relevancia a mi malestar. Yo no tengo humor para forzar una conversación con ella, es difícil tirar de una persona con nulas ganas de caminar, y en este momento estoy rendida. Tendrá que quedarse ahogada en su tristeza hasta que yo me recupere. Me da lástima, sin embargo, no puedo con todo. Hoy no puedo.

—Vale —digo—. Mamá, he quedado con Andrea y Emma para pasar el día juntas. Emma se vuelve a Zaragoza mañana. ¿Te parece bien?

Me va a decir que sí. Por supuesto que no le importa que desaparezca. A veces pienso que soy un recordatorio poco amable de la no existencia de mi padre y que por eso me ignora tan deliberadamente desde que él murió. Luego me fuerzo a ser más cabal y reconduzco estos pensamientos tan negativos. La realidad es que mi madre está deprimida. No es que no me quiera, es que no hay espacio en su cerebro para mí. La pena lo inunda todo. Y yo he salido del hueco que ocupaba.

—Claro que sí. —Justo la respuesta que esperaba.

—Esta noche cenamos con los padres de Andrea. Tú también.

Desaparezco del salón antes de que pueda poner alguna objeción. Me cepillo los dientes, me pongo la ropa de playa y, toalla y crema en mano, bajo a encontrarme con Emma y Andrea.

Las diviso nada más pisar la arena. Están jugando a las cartas y Andrea ríe escandalosamente. Extiendo mi toalla a su lado.

—¡Mira, la mustia! —saluda Andrea y yo tuerzo el gesto. Parece ser que ayer no disimulé mi fastidio tan bien como creía. Me siento y la ignoro a pesar de que esa técnica no va a dar resultado. Andrea es pesada hasta decir basta cuando se lo propone—. ¿Qué sucedió anoche para que tuvieras esa cara de muermo y me negaras unos últimos arrumacos en el portal con Cristian?

—¿No tuviste bastante en la discoteca? —contesto.

—Nunca es bastante cuando de besarse se trata —responde con una sonrisa idiota en los labios.

—Pues sí que te gusta el amigo —murmuro con disgusto.

—Me gusta, sí. Estaría bien divertirme con él todo el verano. Y después ya se verá.

—Son de Zaragoza. —Emma me confirma lo que yo ya sospechaba mientras mezcla la baraja. Tampoco es algo que me preocupe, Andrea no es de relaciones largas, es experta en cortar de raíz cuando el corazón empieza a dar problemas. Y esta vez no será distinto.

—Bueno, la cuestión eres tú, ¿por qué no los soportas? —insiste Andrea.

—Sí los soporto. Bueno, al menos a Cristian sí.

—El problema es Iván —apunta Emma mientras comienza a repartir las cartas. Por las que me llegan deduzco que estamos jugando a la escoba.

—Te gusta —conjetura Andrea.

—¿Qué dices? —me molesto. No me gusta Iván, al revés, lo detesto, me pone nerviosa. Es presuntuoso, maleducado, falso, y sospecho que hay algo turbio en él. Un rompecabezas que no quiero montar. No tengo ánimos para meterme en esos jaleos y no los necesito. Bastante tengo yo con mis piezas como para tratar de recomponer las de otra persona—. Es cierto que Iván es el inconveniente, pero no porque me guste, sino porque es imbécil. Ayer vino en plan caballero andante para rescatarme de un baboso y luego me reprochó que no se lo agradeciera, el muy cretino. Me llamó irritante.

—No anda muy desencaminado —se burla Andrea y yo le doy un codazo, aunque en el fondo agradezco que no me trate con delicadeza excesiva, que me haga olvidar lo vulnerable que he sido durante los últimos meses—. ¡Ay! Oye, a veces eres un grano en el culo. Y me reafirmo: te gusta Iván.

—Deja de decir sandeces, Andrea.

—¿Tú qué opinas, Emma?

—Si ella dice que...

—¡Mójate! —la anima Andrea—. ¡Si se lo queda mirando como si lo tuviera que memorizar!

—¡Vale! ¡Basta! —las corto antes de que Emma se suba al carro—. Reconozco que Iván es guapo, sin embargo, no me interesa. Se le ve a la legua que es una complicación y de veras que me pone histérica con esos aires de chulo que se da. No quiero tener nada que ver con él.

—Pues es una pena, porque esta noche hemos quedado con ellos. Nos van a llevar a su terreno —me dice Andrea.

—¿Su terreno? —repite Emma algo asustada.

—Vamos a descubrir, por fin, la zona de rock de Salou.

Resoplo y me centro en el juego. No puedo impedir que Andrea y Cristian quieran verse, así que me limitaré a quedarme lo más alejada de Iván que pueda. Aunque eso, a estas alturas, me parece una misión imposible.

Aquel verano contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora