4. Casualidades peligrosas

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Ayer no salí, tal y como había visto a mi madre, preferí quedarme en el apartamento con ella. Andrea vino a mi rescate en cuanto le conté el panorama que tenía en casa y acabamos las tres jugando a las cartas hasta las dos de la madrugada.

De forma que esta mañana me he levantado pronto, he estado en la playa con Andrea, he comido con mi madre, me ha dado tiempo a echarme la siesta y ahora estoy bajando a toda prisa a la calle porque Andrea me ha gritado por el interfono que tiene una sorpresa para mí y que haga el favor de no demorarme. Cuando abro la puerta del portal veo su sorpresa y me abalanzo sobre ella para abrazarla. Emma está aquí. Bien es cierto que llevamos sin vernos solamente una semana en la que ella ha estado en su pueblo y nosotras en Zaragoza, pero sé que ha venido para apoyarme y se lo agradezco. Además, me hace ilusión que nos hayamos reunido las tres. Ellas dos son las únicas que logran distraerme. Emma me aprieta contra su cuerpo y me acaricia el pelo con esa ternura tan suya. Es un cielo. Es delicada, educada, sensible, tranquila... No sé cómo llegó a juntarse con nosotras, especialmente con Andrea, que es una cabra loca.

—Andrea me ha contado que ayer ligasteis —bromea en cuanto nos separamos.

—Oh, sí, una experiencia maravillosa —ironizo al recordar el balonazo.

—Pues eran bien monos —se queja Andrea.

—Tienes un problema, Andrea, todos los tíos te parecen monos —le hago ver y Emma ríe bajito.

—Claro, como vosotras estáis satisfechas: una tiene novio y otra lo tenía hasta hace poco.

Hago una mueca al recordar a Marcos. Nuestra relación había ido bien hasta que lo empujé fuera de mi vida porque no me sentía capaz de darle nada más que tristeza. No tenía amor dentro. No tenía nada bueno. Estaba llena de dolor y furia. Y Marcos merecía algo mejor.

—¿Has vuelto a hablar con él? —me pregunta Emma. Yo niego con la cabeza, aunque no es del todo cierto, porque Marcos me escribe algún mensaje de vez en cuando. Yo le contesto sin darle pie a nada más, matando su esperanza. Sé que, si se lo pidiera, él volvería conmigo. Ese escenario no se va a dar, pues estoy convencida de que, a mi lado, él se hundiría—. Es buen chico —susurra Emma y yo evito contestar. Tiene razón. El problema soy yo.

—¿Jugamos al billar? —ofrece Andrea desviando el tema. El alivio me invade, no tengo ganas de seguir con esa conversación. Me siento culpable por haber dejado a Marcos, sin embargo, no podía hacer otra cosa si quería ser honesta con él.

—Vale —accede Emma.

Entramos a uno de los recreativos que plagan en Salou y escogemos una mesa de billar. Soy malísima, y mis amigas también, por lo que lo único que hacemos es burlarnos las unas de las otras, reírnos y fallar todos y cada uno de los golpes. La partida se eterniza y, cuando por fin conseguimos encajar la última bola (que no es la negra, esa la hemos metido por accidente hace un buen rato), unas manos desconocidas se apoyan en el borde de la mesa. Nos giramos hacia su dueño y lo reconozco enseguida: esas palas separadas presidiendo una sonrisa abierta... Al final tenía razón con eso de que Salou no era tan grande.

—¡Hola, chicas! —saluda Cristian. Un poco más apartado y con cara de aburrido está Iván. Es obvio que no quería saludar y que ha cedido por contentar a su amigo.

—Ay... ¿Cómo te llamabas? —dice Andrea. Yo contengo la risa, estoy segura de que se acuerda de su nombre, simplemente es que a ella le gusta hacer esas cosas. Piensa que así resulta más interesante, aunque yo creo que lo que parece es una desmemoriada.

—Cristian —contesta él. No se ha molestado, no da muestras de haberse sentido agraviado por el supuesto olvido de mi amiga. El buen humor de este chico es imperturbable—. ¿Os apetece jugar al futbolín con nosotros?

—Somos cinco —señalo.

—Nos turnamos —soluciona él—. ¿Cómo te llamas? —se dirige a Emma directamente y ella se sonroja un poco. Siempre le pasa lo mismo cuando habla con chicos, le costó horrores empezar a salir con Juancar, le daba vergüenza quedarse a solas con él y el pobre tuvo que hacer acopio de una paciencia infinita para ganarse a mi amiga. Gracias a Dios, ahora son una pareja entrañable.

—Emma —responde.

Cristian asiente y quita las manos de la madera para señalar el futbolín que hay a la izquierda. Viste una camiseta de Violadores del Verso (1), lo que me lleva a sospechar que probablemente también son de Zaragoza, y eso me hace cabrearme todavía más.

—Yo no juego, así es más fácil —suelto en un arrebato. La expresión satisfecha de Iván me hace arrepentirme. Le estoy dando justo lo que quiere.

—¡Venga, Sofi! —insiste Andrea.

—Déjala, se nota que tiene mal perder —interviene, por fin, Iván—. O quizás es que juega tan mal al futbolín como al billar —provoca y su sonrisa se vuelve más retorcida.

—Muy bien —cedo y soy consciente de que mi enfado es muy evidente—. Jugad vosotros, cuando acabéis entro yo.

—Qué generosa —se mofa él y su risa ronca me provoca un cosquilleo en el vientre—. Por cierto, me llamo Iván —le informa a Emma.

Se colocan. Andrea y Emma van con el Barça, porque Cristian es del Madrid y no piensa ayudar a su eterno rival por mucho que solo sean figuritas. Tras esa estúpida explicación, Cristian deja claras las normas e introduce la moneda. La partida empieza y, tras observar el inicio, tengo que reconocer que ellos son buenos. Andrea es competitiva y Emma se esfuerza, sin embargo, estoy segura de que van a perder.

Aprovecho que están concentrados en otra cosa para desviar mi atención hacia los chicos. Más concretamente, me fijo en Iván. A pesar de su delgadez, tiene los brazos fuertes, algo que se acusa más al ponerlos en tensión para activar las barras del futbolín. Sus movimientos son firmes y los hace de una manera muy medida, muy calculada. Como si estuviera conteniendo algo dentro y tuviera miedo de que estallara. En cuanto meten el primer gol, se retira el pelo oscuro de la frente y me echa una ojeada de suficiencia. Yo lo ignoro. No voy a caer más en sus tonterías. Poco después, el juego acaba con la deshonrosa derrota de mis amigas. Es mi turno. Emma se retira y me deja espacio al lado de Andrea. Justo enfrente tengo a Iván y, cuando me mira y me pierdo en el azul de sus ojos, me quedo paralizada. Y no es por su color, no, es porque, al verlos más de cerca, me percato de que estaba en lo cierto: Iván guarda algo en su interior, algo que reconozco. Lo reconozco porque es rabia, y esa rabia es idéntica a la mía.

(1) Violadores del Verso es una importante banda de rap zaragozana.

Aquel verano contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora