CAPÍTULO 6: La maestra de biología.

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       Por increíble que pareciera, habían pasado tres años desde su mudanza a Yoshiwara. Sanemi ahora contaba con los veintiún años cumplidos y su hermano dieciséis.

        Ahora Genya ingresaba en su nueva preparatoria para dirigirse a su —igualmente nuevo— salón de clases, y el peliblanco iría a la oficina del director para que este último le presentase a sus compañeros de trabajo. Los cuáles también eran profesores de bachillerato.

        El dueño de la visión a blanco y negro había decidido cambiar de trabajo a la que en un inicio fue su primera opción. Y, por suerte, su solicitud ésta vez fue aceptada.

        El hombre tocó la puerta dos veces y posteriormente escuchó un "adelante" por parte de quien se encontraba sentado frente al escritorio, del otro lado del cuarto.

        —Buenos días. Shinazugawa Sanemi —se presentó serio pero no molesto—. Solo espero que nos llevemos bien.

        —Buenos días, Sanemi —lo recibió un pelinegro de nombre Ubuyashiki Kagaya, es decir, el padre de Kanata—. Ellos serán tus compañeros durante el tiempo en el que estés aquí —señaló con la mano completa hacia un grupo de alrededor de seis personas—. Hijos míos, por favor preséntense e intenten crear un ambiente ameno para Sanemi —pidió Kagaya sonriendo dulcemente.

        —¡Buenos días Shinazugawa-san! Mi nombre es Rengoku Kyojuro y soy el docente que imparte la materia de historia —exclamó un hombre joven y de cabello rubio con las puntas rojas. Se veía eufórico y mantenía una sonrisa en la cara. Aunque al parecer de Sanemi, no había por qué sonreír.

        —Buenos días. Soy Uzui Tengen y mi materia es arte. Espero que seas alguien extravagante y vistoso —le dijo un tipo que usaba un símbolo "raro" en el ojo izquierdo, y acto seguido de presentarse infló el chicle de fresa que se encontraba masticando formando una pequeña burbuja.

        —Iguro Obanai. Doy la clase de quimica —masculló un hombre de baja estatura que llevaba un cubrebocas negro que le cubría toda la nariz y la boca. Dejando a la vista solo sus ojos heterocromáticos, que mostraban una expresión de desconfianza.

        —Himejima Gyomei. Catedrático de religión —le dijo el más alto y corpulento del grupo, que además mantenía sus manos juntas todo el tiempo como si fuese a rezar y en medio de éstas las unía un rosario de cuentas grandes color rojo.

        —Buenos días. Mi nombre es Tomioka Giyuu, y soy el profesor de educación física —informó en voz baja un hombre alto, de cabello negro medianamente largo recogido en una coleta baja y de ojos azul oscuro profundos.

        —Muy buenos días Shinazugawa-san, mi nombre es Kocho Kanae y soy maestra de biología.

        Todo estaba yendo bien durante aquella pequeña presentación individual, hasta que escuchó una voz. Esa voz tan melodiosa que provocó que su estómago se revolviera y su corazón comenzara a latir acelerado.
Jamás había experimentado dicha sensación en su vida, ni siquiera con su novia, y le asustaba lo que ello pudiera llegar a ser...

        Delante de él podía contemplar a una mujer de estatura promedio, de cabello largo, negro y lacio, con unos ojos color lila preciosos y brillantes.
Inmediatamente, sintió sus pupilas dilatarse ante tal belleza; y sin saber por qué, se puso nervioso.

        —Rengoku-sensei, ¿podría indicarle a Shinazugawa-san dónde queda su primer salón de clases? —ordenó Kagaya amablemente.

        —¡Por supuesto, oyakata-sama!
Shinazugawa-san, por favor acompáñeme.

        El albino obedeció y procedió a seguirlo en silencio. Con las manos dentro de sus bolsillos y escuchando únicamente el pequeño ruido de sus pisadas.

        —Aquí es. Su clase inicia después de la de Kocho-san.

        Él emitió un gruñido que daba a entender un "sí" y se recargó en la pared a esperar que... ¿Cómo era? ¿Kanae? Terminara de dar su clase.
Al hombre le sorprendió la vocación que demostraba la pelinegra mientras explicaba un tema, el entusiasmo con el que hacía apuntes en el pizarrón, su perfecta caligrafía a pesar de escribir rápido. Pero más que nada, su sonrisa. Esa sonrisa que contagiaba amabilidad a cualquiera que la viese.

        Aquella mujer definitivamente lo había cautivado.

Volver a amar. [SaneKana].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora