──── P R Ó L O G O

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   —¡VUELVE AQUÍ, RAELON! ¡SOY EL MAYOR, TIENES QUE HACERME CASO! —los gritos de Aegon fueron en vano mientras perseguía a su hermano gemelo por las primeras escaleras de la Torre de la Mano como lo había estado haciendo desde que salieron de sus habitaciones compartidas en el Torreón de Maegor.

    Aunque puede que lo hayan hecho desde que se hicieron consientes que compartían el mismo vientre. Raelon escuchaba a su madre contarles a sus damas de compañía que los sus últimos meses de su primer embarazo fueron casi insoportables por las patadas dobles. 

    Y al nacer, no fue mejor. Raelon sólo recordaba que las bromas con su hermano se habían hecho más grandes y dolorosas últimamente, casi era una competencia para ver cuál hacía sufrir más al otro.

    —Eso puede funcionar con Aemond, pero ¡No conmigo! Madre va a saberlo, te dijo que me dejaras en paz—Raelon discutió al mirarlo por arriba del hombro, dejando desconcertado al primogénito por unos segundos, pues a pesar de tener el mismo color de ojos, los de su hermano eran tan amenazadores como los de su madre.

    —¡Dioses, sólo era un montón de basura! Eres un llorón irremediable, dudaría que fueras mi hermano de no ser porque eres un odioso reflejo—Aegon se quejó, sí, podía ser que su madre les advirtió a ambos que dejaran sus bromas del lado, pues acaban de cumplir nueve y se esperaba que ganaran un poco de madurez. 

    Aegon ahora sólo sabía que no quería un regaño y mucho menos estar castigado con el onomástico de Lucerys tan cerca, lo que aseguraba una larga temporada de banquetes y torneos de los que no deseaba perderse. 

    Lo que había empezado con pisotones durante las audiencias en el trono de hierro, se había convertido en lanzar al otro desde la borda del barco o la última jugada, de parte de Raelon, quien sustrajo las sanguijuelas del Gran Maestre Mellos para su padre y las puso debajo de la almohada de su hermano. Aegon sólo notó los cuerpos babosos cuando se despertó gritando a la mañana siguiente por los diminutos mordiscos que aún ahora lo tenían con ronchas.

    El castaño se detuvo apretando sus puños con su cara de porcelana colorada por un rubor hecho a base de ira, ira por su hermano—¡Cállate, esos cascarones no eran basura! Era lo único que me quedaba Fuegolunar, y no te importó deshacerte de ellos sin decírmelo.

     Los ojos de Raelon se inyectaron de sangre mientras una picazón se acumulaba alrededor del par de orbes licóreos al recordar a su viejo dragón que había muerto en las fauces de Fuegosol. Ambas criaturas habían eclosionado juntas, se alimentaron y crecieron luna tras luna desde que rompieron su huevo en sus cunas, hasta que un día, el Dorado devoró al Plateado.  

    Tal vez ese era el irónico destino de los Siete para los gemelos: El más fuerte debe matar al más débil.

     Aegon bufó por lo bajo al cruzarse de brazos mientras negaba con irritación—Estorbaban demasiado. Además, era raro, ¿Para que los tenías? Podrías reclamar otro dragón en lugar de ser tan patético y lamentarte por un cadáver.

SWEET NOTHING ─── Rhaena TargaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora