Capítulo 9- Revivir

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El dolor de cabeza era insoportable, y su cuerpo parecía blando y sin fuerzas; intentó apoyar sus manos en el suelo, para levantarse, pero el piso estaba cubierto por una humedad pegajosa. El olor a suciedad y putrefacción era asfixiante.

Sangre: en su ropa, en sus manos y en el piso, formando extraños dibujos. Todo estaba cubierto de sangre.

«¿Qué es esto? ¿Dónde diablos estoy?», pensó. Tratando de no hacer caso al nauseabundo olor ni a su propia debilidad, intentó sentarse en el inmundo suelo. Unos insistentes golpes, acompañados de gritos e insultos, lo sobresaltaron:

-¡Levántate, loco! ¡Ya es tu hora de comer!

«¿Loco? ¿Quién es ese loco al que llaman?», pensó. Cuando por fin pudo ayoyarse sobre sus pies y llegar hasta la puerta de la que provenían los golpes, los gritos e insultos eran aún peores, y respondió, tratando de permanecer sereno:

-¿Quiénes son? ¿Qué es lo que quieren?

Las risotadas, y las palabras que le dijeron desde el otro lado de la puerta, lo asombraron aún más:

-¡Cállate, loco Mo, y tira tu plato hacia afuera!

Al lado de su pie había un plato de latón, mugriento y lleno de moscas. Lo tomó con asco y lo arrojó por un pequeño hueco que había entre la puerta y el piso, con un mal presentimiento. Sus sospechas se hicieron ciertas cuando, unos segundos después, el plato volvió a entrar por la abertura, lleno de una pasta amarillenta y viscosa que evidentemente era su comida.

-Pero..., ¡ésto es alimento para cerdos! -exclamó, indignado.

Nuevas risotadas saludaron sus palabras, y las personas que habían traído eso que llamaron su comida, se alejaron sin hacer más caso a sus preguntas ni a sus pedidos de ser liberado.

«¿Mo...? ¿Me llamaron loco Mo?», pensó el prisionero, mientras pateaba el plato hacia un rincón. Intentó encontrar un lugar que no estuviera tan sucio, para sentarse y reflexionar acerca de la situación en la que se encontraba. «¿Qué pasó conmigo...?». Sus últimos recuerdos eran parecidos a esa prisión. Tenían su mismo color: el de la sangre de personas inocentes.

Un doloroso destello de memoria atravesó su mente: una mujer con ropa de luto, rodeada por marionetas y fantasmas que habían sido invocados por él, y que luchaban contra una multitud de cultivadores. El caos era total, y al final la mujer, que lo llamaba a gritos, había caído herida. Después de eso, no recordaba casi nada: solo retazos en los que se agolpaban el miedo, la desesperación, y un dolor lacerante.

Un repentino golpe en sus costillas lo hizo rodar por la habitación.

-¡Maldito loco, le dijiste a mis padres que robé tus estúpidos talismanes! ¡Yo no robé nada! ¡Tú vives en mi casa y todo lo que tienes aquí es mío!

«¿Toda esta basura es tuya?», pensó, con ironía. «¡Por mí puedes llevártela!».

El muchacho que lo golpeaba, un gordo con poca fuerza pero bastante puntería para acertar en sus costillas, era su primo. Después de romper las pocas cosas sanas que quedaban en la habitación, uno de sus compañeros encontró varios papeles amarillos llenos de trazos mal hechos, y se los entregó con una reverencia.

-¿Así que no querías compartir conmigo estos talismanes que aprendiste a hacer en la secta Jin, Mo XuanYu? -dijo el muchacho gordo-. ¡De todas maneras, tú nunca vas a ser un cultivador de renombre. Ni siquiera Jin GuangShan, tu padre, te quiso...

«¡¿Qué?! ¡¿Hijo de Jin GuangShan?!». Sin poder creer en lo que oía, el ahora llamado Mo XuanYu se revolvió, incómodo. Ahora entendía todo: el diagrama hecho con sangre en el piso de la habitación, y el dolor que sintió en uno de sus brazos: tenía cuatro cortes. El cruel maltrato hacia ese chico había sido la causa de su locura, y la razón por la que había hecho un ritual de invocación para entregar su cuerpo a él, al mismísimo Patriarca de Yiling, Wei Wuxian, para que consumara su venganza.

***

Después de que se quedó solo, Wei Wuxian rompió de una patada la puerta de su habitación y salió al patio. El sol, fuerte y brillante, le produjo una sensación de mareo.

«Este cuerpo es demasiado débil», pensó, recordando la asquerosa comida que le daban al pobre loco Mo. Ya se encargaría de encontrar cosas buenas para comer, pero primero debía hacer dos cosas: lavarse y buscar ropa limpia, ya que lo que tenía puesto eran unos jirones sucios y malolientes. También debía encontrar el modo de escaparse de ese lugar.

Lo primero fue fácil: sobre un tendedero hecho de cañas, al sol, había varias piezas de ropa y un paño que podía usar para secarse, que se robó. Un barril que juntaba el agua de lluvia le sirvió como baño improvisado, y pronto se vio aceptablemente limpio y mucho más presentable.

No reconoció su cara en el reflejo del barril: ese cuerpo delgado y pequeño no dejaba de ser bonito a su manera, y el rostro, blanco y delicado, enmarcado por una larga maraña de cabellos negros y brillantes, denotaba la influencia de la familia Jin, en su mayoría mujeres y hombres muy apuestos.

«Por lo menos soy joven y lindo», pensó. Sin saber todo lo malo que representaba tener el rostro de Mo XuanYu en el mundo de la cultivación, Wei Wuxian se enfrentó a otro problema: por un camino lateral del patio de la casa, vio llegar en perfecta formación a unos diez jóvenes, vestidos con túnicas blancas y una cinta en la frente, que reconoció al instante:

«¡La secta Lan...».

Negro sobre blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora