Capítulo 5- Salida

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-¡Papá, papá! ¡Mira! -SiZhui, en brazos de Yin Pei, intentaba hacer volar una pequeña mariposa hecha con la corteza de un árbol, que el muchacho había fabricado para él. Cuando su padre entró a la choza, el niño estiró sus bracitos para mostrarle el juguete.

Lan WangJi, enfadado por el encuentro con su hermano, hizo un movimiento brusco con su túnica, sin hacerle caso al niño, que se echó a llorar, asustado por el desencajado rostro de su padre.

-¡SiZhui...! ¡Ya cálmate! -lo regañó Yin Pei-. Eres un niño grande. ¡No debes llorar!

Acostumbrado a la personalidad calmada y amorosa de su padre, el pequeño lloraba sin consuelo. Un par de brazos fuertes lo arrancaron del regazo de Yin Pei y lo cubrieron en un abrazo cálido y lleno de afecto:

-No llores más, SiZhui... -susurró WangJi, con calma pero con un tono algo firme.

-Papá...

-Es hora de dormir. Ya eres un niño grande, y si quieres ser un buen cultivador debes descansar bien.

El niño no entendía bien qué era un cultivador, pero sabía que su padre era uno de ellos. Y él deseaba, con todo su corazón, ser igual a su padre. Más tranquilo, cerró los ojitos con fuerza después de que WangJi lo metió en la cama.

Yin Pei bostezó, cansado: era más tarde de lo habitual, y se moría de sueño. Pero cuando se dispuso a salir de la choza, rumbo a su hogar, Lan WangJi lo detuvo:

-Quiero que vuelvas mañana, bien temprano.

-Sí, Maestro. ¿Para qué me necesitas?

-Te lo diré mañana.

Al amanecer, el muchacho apareció en la choza, y recibió las sorpresivas órdenes de Lan WangJi:

-Quiero que prepares ropa para mí y para mi hijo -le dijo el cultivador, y luego soltó un lento suspiro-. Debo abandonar la aldea...

***

Yin Pei no hizo preguntas, pero tampoco aceptó dejar que su maestro y el niño se fueran solos: no tenía familia, y sabía que ellos lo iban a necesitar.

Lan WangJi no estaba muy seguro de dónde ir con ese niño pequeño, que necesitaba demasiados cuidados y un buen lugar para vivir. Agradeció tener con él al muchacho, experto en conseguir comida y hábil para armar un par de camastros en cualquier sitio, por más abandonado que estuviera. La despedida de la gente del pueblo no había sido fácil: después de muchos meses de vivir entre ellos, WangJi había aprendido a sentirse acompañado por esa gente sencilla y agradecida, que compartían con ellos lo poco que tenían. Pero después de que su hermano descubrió dónde estaba, ya no volvió a sentirse seguro en ese lugar: sabía que XiChen iba a insistir en llevárselo a Gusu, y temía que al hacerlo descubriera a SiZhui, que después de todo era el último sobreviviente de la odiada secta Wen.

Lan WangJi no quiso avanzar por el mundo de la cultivación sobre su espada: BiChen tenía la fuerza para llevarlos a los tres, pero él no quería alertar a otro cultivador, que podía ver su conocido fulgor azul y descubrirlos; debía moverse sin llamar la atención, y vestido con ropas parecidas a las de Yin Pei, y con BiChen cubierta con unos humildes trapos, marchó con su hijo y el muchacho, sin tener idea de cuál iba a ser su futuro.

***

-Maestro... -La noche estaba un poco fría: Lan WangJi, Yin Pei y SiZhui ya estaban lejos del pueblo, en el medio del campo. El muchacho había armado un refugio improvisado bajo unos árboles, y había ayudado a Lan WangJi a acostar al niño, que ya se había dormido en brazos de su padre-, estaba recordando algo que escuché... -Delante de un fuego en donde asaban los trozos de un animal que había cazado el cultivador, el muchacho le contó que a unos días de allí había una residencia abandonada, perteneciente a un clan menor que había sido masacrado por un grupo de cadáveres furiosos-. El lugar es un poco terrorífico, y se dice que está maldito. Yo no creo en esas cosas; por el contrario, pienso que es el sitio ideal para escondernos porque nadie va a ir a revisar...

A WangJi no le pareció mala la idea de Yin Pei: en ese lugar podían esconderse de XiChen. Unos días después, sin ser descubiertos, llegaron a la residencia del clan desaparecido. Lan WangJi pudo por fin respirar tranquilo: su hijo, el precioso regalo que le había dejado Wei Ying, no iba a correr peligro.

Negro sobre blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora