Capitulo 7

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Como si no hubiera hablado y Antonia no estuviera allí, Isabella simplemente les dio la espalda y los dejó sumidos en un profundo silencio. Fue un acto tan deliberadamente ofensivo que Antonia se quedó clavada en el sitio, con los ojos bajos, ocultando la humillación.

Mientras tanto, Harry era como una estatua de piedra. Antonia no supo cuánta gente había sido testigo de esa humillante escena. Pero no se necesitaba de público para que ella entendiera que el cuco había sido finalmente descubierto. De repente el murmullo de la conversación estalló de nuevo cuando la gente trató de superar ese desagradable momento. Alguien le tocó levemente el brazo. Era Stefan.

-Eso ha sido imperdonable -dijo. Ella empezó a temblar y Stefan miró enfadado a Harry, que seguía sin moverse. Luego le dijo a ella: -Vamos, volvamos al despacho de Rosetta.

-No -respondió la dura voz de Harry -. Nos marchamos.

Él le apretó el hombro con la mano y Antonia se pudo dar cuenta de la ira que sentía. -Voy con vosotros -dijo Stefan-. No tengo ningún deseo de...

-No. Te agradecemos tu preocupación, pero este no es tu problema.

-Lo es cuando ha sido Antonia a quien han insultado.

-y mi madre quien lo ha hecho.

-Perdonad - susurró Antonia y se soltó de ambos.

Quería irse de allí inmediatamente y corrió hacia las escaleras mientras contenía las lágrimas. Si se hubiera molestado en mirar atrás, habría visto que la madre de Harry estaba ya sintiendo la incomodidad de lo que acababa de hacer.

Estaba tocándole el brazo a su hijo, tratando de llamar su atención, pero Harry ni siquiera la miró y corrió tras Antonia, la tomó por la cintura y, juntos, empezaron a bajar las escaleras. Cuando llegaron a la puerta, el portero les abrió, pero chocaron con alguien que iba a entrar.

-Scuze signorina... -se disculpó una voz tranquila y bien modulada. Fue automático levantar la mirada y tratar de responder a las disculpas. Antonia miró al desconocido a la cara, él la miró a ella y se quedaron pasmados. Un cabello negro salpicado de canas, ojos grises con un destello de verde. Tan alto como Harry, pero más delgado, era un hombre en los años otoñales de su vida y ella sabía exactamente quién era y, lo que era peor, él sabía que ella lo sabía.

-Madonna mía -exclamó él-. Anastasia. Anastasia.

Aquello era demasiado para ella y se agarró a lo único firme en lo que podía confiar en ese momento. Harry podía estar inmerso en la oleada de ira, pero cuando vio ese intercambio de miradas y oyó el nombre de labios del otro hombre, supo que todavía había algo más que se le escapaba y la ira pasó de su madre a la mujer que tenía al lado.

-Se equivoca -le dijo al otro hombre-. Por favor, discúlpenme.

Luego salió de allí antes de que nadie más chocara con ellos. El coche de Harry estaba aparcado no muy lejos. Contuvo su ira hasta que llegaron a él. Cuando le abrió la puerta del pasajero y la ayudó a instalarse en el asiento, le puso una mano bajo la barbilla y la hizo mirarlo a los ojos.

Antonia parecía tan frágil como una pieza de cristal veneciano. Pero él no estaba de humor como para sujetar algo frágil, sino más bien para agitarla y sacudirla hasta que le dijera todo lo que le tuviera que decir.

Por fin le soltó la barbilla y se instaló tras el volante. Condujo a toda velocidad por el enloquecido tráfico de Milán, ganándose a pulso que la gente lo llamara de todo en el más florido italiano. Pero a él no le importaba, estaba muy enfadado. Con Kranst por su pequeña sorpresa, con su madre y su imperdonable comportamiento y con Antonia por permitirle creer que la pintura que tenía en su apartamento era de ella y también estaba el hombre de la entrada de la galería, al que había reconocido. Se llamaba Antón Gabrielli, un rico industrial al que raramente se veía en público desde la muerte de su esposa hacía unos años y podía haber llamado Anastasia a Antonia, pero el error era irrelevante. ¡La conocía! Y, sobre todo, ¡Antonia lo había reconocido a él!

Amante o Esposa |H.S|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora