2. Dos de copas: El veneno y el perfume va en frascos pequeños (Parte 1)

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¡¡¡ATENCIÓN!!! CONTENIDO EXPLÍCITO: En este capítulo podrías encontrar narrativa relacionada con experiencias bélicas, maltrato familiar, escenas de muertes grotescas y abuso sexual. Si eres demasiado sensible al leer este tipo de contenido, te recomiendo leer con cautela para poder saltarte estas escenas. ¡Muchas gracias por leer mi historia!

Ahí estaba toda ella, cubierta de luz, la única luz que es capaz de abrazar mi oscuridad y no de ahuyentarla. Cubierta de blanco, cubierta de amor, vestida de esa misma luz, justo igual que como si llevase un precioso vestido de lentejuelas. En ese momento, con el tiempo completamente parado, si me diesen la oportunidad de rebobinar todo, solo sé que desearía volverte a encontrar otra vez más, a pesar de perderlo todo de la misma forma que antaño ocurrió.

Llegar a ese momento no fue fácil ni mucho menos, he pasado literalmente una eternidad esperando esa luz que disipara mis miedos y no mi oscuridad, que era lo único que me daba vida, qué ironía ¿verdad? Oscuridad dando vida... Aunque no siempre fue así, al principio no sabía lo que significaba esa oscuridad que habitaba en lo más profundo de mi alma, pues lo que me hacía sentir era que estaba muerta por dentro. Sí, muerta, aunque ese detalle nunca importó en realidad.

Cuando era pequeño o más bien pequeña, el mundo en el que habitaba se encontraba en guerra entre la familia Lancaster de Inglaterra y el ducado de York, con el fin de ascender al trono. Tal vez es por eso que mi alma se conectó de esa forma a la muerte.

Mi infancia se remonta a la restauración en el trono de Eduardo IV en 1471, lo cual corresponde hoy en día a lo que se conoce como el final de la Guerra de las Dos Rosas. Por un breve periodo de tiempo vivimos en paz, pero todo cambió con la repentina muerte de nuestro rey en 1483. A partir de ese momento vivimos una época en la que constantemente cambiaba todo a causa de las desórdenes dinásticas.

Había un heredero al trono, Eduardo V de Inglaterra junto a su hermano, al cuidado de Antonio Woodville, pero solo tenía doce años. Nuestro siguiente rey ascendió al trono, Ricardo de York, duque de Gloucester y hermano de Eduardo IV, Lord Protector. Se le conoció como Ricardo III y, con ayuda de William Hastings y de Henry Stafford, mantuvo capturados a los dos hermanos herederos al trono en la Torre de Londres.

Poco después se conoció que estos dos habían nacido de forma totalmente ilegítima al no tratarse de una unión completamente legal por parte de sus padres y, más tarde, fueron asesinados de forma totalmente anónima y repentina. Aunque no para mí, porque era totalmente claro que esa era mi misión, asesinar a los hermanos de la torre para que Ricardo pudiese ascender libremente al trono sin ningún heredero que pudiera ser un obstáculo para él.

Durante un largo periodo de tiempo me convertí en el soldado más fuerte y en quien más confiaba Ricardo III, teniendo que ocultar mi figura femenina para poder luchar y así llevar un plato de comida a mi hermana pequeña.

El día que me encargaron realizar semejante atrocidad como fue deshacerme de los hermanos de la torre, yo estaba con mi hermana. Dediqué toda la mañana a recoger leña para el fuego de la pseudo chimenea derruida de nuestra casita en la montaña. Me adentré más de lo debido en algunos rincones bastante encumbrados de aquella colina.

Tras un rato paseando me encontré un tordo de pico corto, completamente negro. Era extraño, según había oído de algunos camaradas que habían viajado más que yo, no era normal encontrarlos en esta zona, pero últimamente toda Inglaterra se había poblado de ellos.

Una de las plumas de aquel tordo se posó ante mis pies. En el momento en el que vi caer esa pluma, algo se removió en mi estómago. Una brisa, la misma que acompañaba a aquella pluma en su camino hacia el suelo, recorrió mi nuca desnuda que había bajo mi rubia coleta. Al principio sentí un simple y corriente escalofrío, pero después sentí como si esa brisa me hablara. Era como si me estuviese llamando, pidiendo ayuda. Parecía que el tiempo iba más lento mientras caía la pluma.

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