3. As de bastos: Lazos de madera (Parte 2)

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Aquel hombre, estuvo leyendo y analizando las copias que sacamos de los documentos que constituían las tan ansiadas pruebas necesarias para que este actuara de una vez por todas. Esperamos mientras lo observábamos totalmente inquietos y deseando alguna reacción, pero su cara de poker mientras sostenía los papeles entre sus manos, no ayudó en absoluto durante la larga espera.

–De acuerdo, tenéis mi apoyo total...

–¡Bien! –exclamamos los tres al unísono.

–Pero...

–Siempre tiene que haber un pero –se quejó Bea.

–Las cosas no son tan fáciles Beatriz.

–Sí, sí, ¿cuál es la condición?

–Si en un momento dado, la cosa se pone fea... Lo que quiero que sepáis es que llegado un punto sin retorno, prohibo que uséis vuestra forma astral...

–¡¿Qué?! No, imposible, negativo, ni de coña, rotúndamente no, ¿quieres más sinónimos? –contestó Bea ante la condición de Caín.

–Entonces no os ayudaré...

–¡Bea! Lo necesitamos. Simplemente acepta y ya está. Es más, sabes que si usamos esa forma, la forma donde todo nuestro poder está completamente despertado, tenemos altas posibilidades de morir...

–De eso se trata, de morir si hace falta. Joder, estamos hablando de salvar de la destrucción el puto mundo. Si tiene que morir un pequeño grupo para que no mueran millones de personas, que así sea.

–Entonces, ¿quién reconstruirá nuestro mundo cuando la guerra acabe? –preguntó Caín mirando fijamente a Bea –Solo vosotros podéis ser capaces de algo así. Este mundo no puede permitirse perderos.

–Vale, eso significa que llegado el momento quien se sacrificaría por el bien común eres tú, Caín. ¿Quieres hacerte el héroe? Es eso, ¿verdad?

–No podría soportar perder a más gente, Bea...

–¿Y nosotros? ¿Crees que nosotros podríamos soportar perderte a ti? Te juro que si te mueres tú, me muero yo.

–Bea, no digas eso. Sabes perfectamente que yo no merezco vivir y que solo estoy aquí por vosotros...

–Eres idiota... –terminó de pronunciar la pelirrosa como podía entre lágrimas, antes de salir corriendo y dejar tras de sí un silencio espectral, que se abrió paso en la estancia a causa de su portazo.

Tras observar esa escena, atónitos, nos quedamos ahí parados sin saber muy bien qué hacer o qué decir, al menos yo. Toni me dió un toquecito sutil con el codo y entendí rápidamente cuál era la intención de ese gesto, así que salí de ahí para buscar a Bea mientras Toni se quedaba a hablar con Caín.

Nada más salir, vi a la pelirrosa en el suelo, apoyada en la pared que componía el lado derecho del pasillo en el que se encontraba la puerta de la estancia de la que los dos acabábamos de salir. Estaba sentada, recogiéndose las rodillas y ocultando su cara en ellas, probablemente para que nadie la viese llorar.

–Bea... –comencé a decir para intentar tranquilizarla.

–¡No, déjame!

–Por favor, Bea –volví a intentar mientras me sentaba al lado suyo.

–No voy a perder a nadie más, antes prefiero morir...

–No vas a perder a nadie, todos vamos a colaborar y a darlo todo para lograr ese objetivo.

–Pero muchos podrán caer en el camino y él no puede ser uno de ellos, no puede...

–¿Tan unida estás a Caín?

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