3. As de bastos: Lazos de madera (Parte 1)

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Soy un mierdas... Literalmente mi prima está en el Infierno, EL INFIERNO. Está luchando por no morir y yo aquí, esperando como un idiota, sin hacer nada.

–¡Tío! –exclamó una voz grave y casi sin aliento.

–¿Toni? –pregunté extrañado –Pensaba que habías huido.

–Qué va. Cuando vi aquel bicharraco tuve un deja vú y tenía que comprobar una cosa.

–¿El qué?

–La última vez que vi uno igual de grande, todos los portales creados natural o artificialmente entre una realidad y otra se cerraron, así que tenía que saber si habíamos perdido nuestra oportunidad de salir de aquí o no.

–¡¿Qué dices?! ¿Y se ha cerrado la brecha?

–Pues sí... Por cierto, siento haberos abandonado, pero siendo dos "Astros", supuse que podíais con él –explicó Toni mientras observaba en búsqueda de mi prima.

–¿Y la pelirroja?

–En el Infierno...

–¡¿CÓMO?!

–Al parecer ese bicharraco era un demonio de los gordos, de los que viven casi abajo del todo.

–La madre que me parió... ¿Y se ha ido ella sola a encerrarlo? ¿Está loca o es que quiere morir?

–En estos mismos momentos de su vida, supongo que las dos cosas. De todas formas, no está sola, está con un tío con el que trabajaba en la S.U.E.

–Bueno, si ese tío está ahí supongo que se maneja por el Infierno así que confío en que ella maneja la situación, parece muy fuerte.

–Lo és...

–Te dejo un momento.

–¿Qué? ¿A dónde vas ahora?

–A buscar la forma de salir de aquí –explicó Toni medio gritando porque ya había salido corriendo con prisas –¿O quieres transformarte en un árbol?

–¡Eso es solo un falso rumor, idiota! –repliqué a mi compañero mientras escuchaba sus carcajadas desde la lejanía.

Solo. Otra vez. Aquí plantado delante de un bosque y con la incertidumbre de si mi prima saldrá viva de esta. Sin saber si perderé a una de las únicas personas de mi edad y mi entorno más cercano que me han tratado como a un ser humano.

No tengo recuerdos de mi anterior familia. Probablemente sea porque me adoptaron antes de que yo tuviera uso de razón. Durante mi infancia fue difícil. Un niño negro, con padres blancos y encima extrangeros. Carne de cañón para la discriminación.

Antes del sufrimiento yo era un niño muy curioso. Mis padres me contaron que siempre les torturaba para que me dejaran quedarme más tiempo en el parque. No porque quisiera jugar con mis amigos que no tenía, sino para subir los árboles, recoger su savia seca, toquetear cincuenta mil flores, revolcarme en la hierba, jugar con los perritos de las ancianas, buscar bichos raros, perseguir a las ardillas... Se podría decir que el mayor bicho raro era yo mismo, pero por alguna extraña razón siempre he estado conectado a la naturaleza y los animales, las diferentes culturas del mundo y su gente.

Era mi único alivio, además de jugar con Elaine cuando venía a visitarnos. Un día de esos, bajamos los dos y mi tío al parque. Jugamos como siempre, nada extraño. Sin embargo, en el momento en el que Elaine se fue a ver a su padre para darle una pequeña flor de diente de león, ocurrió algo que me dejó roto. Yo, con cuatro o cinco años, tocando una pequeña agrupación de esos mismos dientes de león, absorbiendo su vida, matándolos. No como un niño arranca una flor, sino viendo cómo se pudrían en mis dedos con solo tocarlos. No solo eso fue lo que tanto me afectó, sentí su muerte, me dolía en el corazón y no solo de simple tristeza, dolía de verdad. Pude oír de una forma casi espectral sus llantos, su último aliento de vida. Empecé a llorar.

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