1. Caballo de oros: Vestido de lentejuelas (Parte 1)

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– Elaine, creía que no ibas a venir a por mi. – Dijo mi hermano con sus grandes ojos brillantes esperándome para que le recogiese del parque.

Esas son las palabras que consiguieron hacerme olvidar que lo he perdido todo una vez más.

Era asfixiante, todo: los niños, los padres, los ancianos, los columpios, el sol radiante como si fuese una gran moneda de oro... Y en medio de la gente yo, sin saber cómo reaccionar, qué hacer, qué decir. Mi hermano en el suelo del parque porque esperaba a que le recogiese y yo paralizada. ¿Alguien me habrá visto? No lo sé. De momento nadie se acercaba, nadie preguntaba. Cuando intenté acercarme a mi hermano este me dio un manotazo.

– ¡Vete, fuera! ¡Monstruo, eres un monstruo! – Gritaba mi hermano unos años menor que yo horrorizado por lo que había pasado.

– Lo siento, yo... – intenté decir para consolarlo, pero las palabras no salían de mi boca.

¿Qué había pasado? No lo sé, nunca me había pasado algo como esto. Un halo de luz envolvía la escena y, posteriormente, mi hermano estaba en el suelo, gritando, diciendo que no veía, que no podía ver, que se había quedado ciego. Al final no quedó ciego, tenía miedo de haberle hecho daño a mi hermano a pesar de que no sabía cómo lo había hecho.

Cuando salimos del hospital y mi hermano se recuperó todo volvió más o menos a la normalidad, pero fallaba algo. Parecía que nadie recordaba lo que había pasado. Cuando creía que todo había pasado y que ya no saldría a relucir nada de lo que pasó aquel día, un hombre con sombrero en un traje bastante elegante y colorido y con unas cuantas mechas brillantes y de colores vino a visitar nuestra casa cuando yo me encontraba sola en ella. Este hombre se me hacía familiar, pero no un familiar de haberlo visto en algún punto de mi vida, no, sino un familiar de sentirme justo así, en familia, tranquila, "a salvo". Pero, ¿a salvo de qué?

Quizá fue porque sentí algo familiar en él que le dejé pasar adentro, no lo sabía en ese momento, pero lo hice, dejé entrar a casa a un desconocido a pesar de las típicas palabras que te dicen tus padres de: "no dejes entrar nunca a casa a un desconocido, no sabes qué podría hacerte". Pero él era diferente. Se sentó conmigo y empezó a hablar.

– Me presento, soy Sahir. Así que tú eres nuestra Estrella, ¿verdad? – preguntó aquel señor con una sonrisa en la boca.

– ¿Estrella? – pregunté asustada recordando aquel incidente.

– Sí cariño, no te preocupes, tu secreto está conmigo – dijo llevándose un dedo a los labios en símbolo de silencio.

– Sabía que había algo raro, que alguien lo había visto.

– Así es, pero no pongas una carita triste, por favor. Escúchame, – dijo intentando consolarme – ya he visto que eres especial, pero no debes preocuparte, yo también lo soy y mucha más gente.

Antes de continuar su discurso, hizo un acto de demostración para enseñarme por qué se llamaba a sí mismo una persona "especial", alzando una mano a la altura de su pecho y creando una especie de bola en la palma de su mano que contenía una ráfaga de aire muy brillante y de tono violáceo. Después, continuamos hablando durante un largo rato y acabó convenciéndome de que, si me quedaba en casa de mis padres, seguirán los problemas con esa luz que alumbraba las noches en mi habitación y que salía de las palmas de mis manos, haciendo que un día ocurriera una catástrofe. Pero había un pequeño error en eso, también veía esas luces por el día y se supone que las estrellas no se pueden ver por el día, ¿verdad?

Me daba miedo, era un desconocido y no quería irme con él, así que lo rechacé y se fue amablemente aceptando mi petición, lo cual fue muy extraño, pensaba que me iba a obligar a ir con él o secuestrar o algo de eso que hace la gente mala como me explicó papá y, aunque no eran mis verdaderos padres, ellos me adoptaron en su familia. Realmente parecía un Mago...

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