LA VIDA DE MÓNICA SEGUÍA al mismo ritmo que siempre. Trabajaba de lunes a viernes, iba a casa después del trabajo, dos días a la semana iba al gimnasio y el resto daba largos paseos, durante los cuales reflexionaba sobre lo que estaba haciendo.
Después del divorcio se prometió a si misma que no volvería a confiar en ningún otro hombre. Estaba decidida a ser independiente. Pero en ocasiones echaba de menos la compañía masculina. Además del sexo, también notaba que le faltaba quien la escuchara después de un duro día de trabajo. Odiaba ir sola a las fiestas o reuniones familiares. Le hubiera gustado empezar una relación con Frank. Era simpático, agradable, limpio y la hacía sentir poderosa cuando sus cuerpos se unían e intercambiaban energía y fluidos. Pero sabía que ese hombre no era para ella. Solo era sexo y del bueno. En cada encuentro descubría terminaciones nerviosas que no sabía que existían. Habían follado en el campo, en la playa, en el coche, en la cama o de pie escondidos en el lavabo mientras la chica de la limpieza estaba trabajando en casa. Era morboso. Frank le tapaba la boca para que nadie escuchara sus gritos de placer. En ocasiones le mordía los brazos lo cual le provocaba moratones que lucía con orgullo aunque nadie sospechaba cómo se los había hecho. Era un béstia. Y a ella le encantaba esa violencia en la cama. En una ocasión había acudido a su cita sin ropa interior. Eso hizo que al sentarse y abrir las piernas su sexo quedara al descubierto. El miembro de Frank se endureció de inmediato y follaron ahí en el sofá a medio desvestir. Pero era difícil mantener ese nivel de excitación. A Frank le atraía la novedad y ella se estaba convirtiendo en una rutina, por ese motivo lo notó distante y frío la última vez que se vieron. Se habían desincronizado, como dos relojes desacompasados que ya nunca coincidían a la misma hora. Sus vidas se alejaban poco a poco.
— Ha estado bien... pero es bueno conocer a otras personas y que pruebes cosas nuevas.
Esas palabras hicieron que el mundo entero cayese sobre ella. Fue una sensación extraña e inesperada, como un viento huracanado destrozándole las entrañas. Fue un golpe demoledor.
Frank dejó de buscarla, sus mensajes dejaron de ser diarios y se convirtieron en esporádicos. Al final dejaron de llegar. De la misma manera que llegó a su vida, desapareció de ella con el fulminante objetivo de dinamitar su mundo entero.
En ese momento sentía un torbellino de emociones. Tenía sentimientos encontrados. Se resistía a aceptar que la relación hubiese terminado y menos de esa manera tan vil como era dejar de contestar a sus mensajes. Eso no era para nada adulto. Desaparecer sin más, sin tener en cuenta sus sentimientos. Merecía una explicación. Tenía ganas de llorar por confiar en él. Podía pasar sin un hombre, pero le había conocido a él y se había vuelto a ilusionar. Pensaba realmente que no todos los hombres eran iguales pero Frank ahora mismo reforzaba esa creencia. Lo odiaba por hacerla sentir tan mal. Y echaba de menos el sexo con él. Pero un hombre como él no merecía ninguna de sus lágrimas.
Llevaba días distraída. Se había cansado de implorar su atención. Estaba segura que leía sus mensajes y en cambio no le contestaba. Siempre la dejaba en visto. Lo imaginaba en la cama dándole a otra lo que le había estado dando a ella hasta hace poco. Imaginaba que gozaría del sexo con cualquier mujer que le dijese que sí. Siempre habría alguna dispuesta a abrirse de piernas y disfrutar de un buen polvo. Había muchas mujeres divorciadas y solas. También las había casadas e insatisfechas que buscaban un polvo rápido y esporádico. Alguien con quien acostarse sin que sus maridos sospecharan absolutamente nada. ¿Y ella? Ahora mismo no tenía a nadie.
Así que en cuanto llegó a casa entró de nuevo en la web de citas. Estaba dolida y despechada pero no permitiría que ningún hombre la hundiera en la miseria. Tenía varios mensajes pendientes por contestar. Miró las fotos y la verdad es que no se sentía atraída por nadie. Alguien con la foto de James Dean le lanzó una pregunta que esperaba respuesta. Bueno, pensó, tal vez si este hombre se escondía tras la foto de un famoso, no llegaría a conocerlo. Por hablar un rato con él no perdía nada.
—¿Es un bichón maltés?— ¿qué clase de pregunta era esa? cuando recordó que entre sus fotos de perfil había incluido la de un perro.
—Es un mil leches —contestó ella. Pensando que tardaría en recibir respuesta. Pero para su sorpresa no fue así.
De esta manera se conocieron. John era su nombre, tenía una hija y estaba en una relación complicada. Hablaron hasta altas horas de la madrugada. Hasta que un día él le sugirió que deberían de conocerse. Así que al día siguiente quedaron en un parque cercano a medio camino de la casa de ambos.
John era un hombre alto y fuerte, de pelo moreno muy corto, bien afeitado y con una sonrisa que embriagaba. Dieron un paseo mientras él hablaba de su hija, de la relación tan complicada que tenía y que necesitaba algo de cariño. Mónica sugirió que deberían seguir hablando cómodamente en su piso. Y lo invitó a subir.
Cuando cerró la puerta tras ella, pretendía decirle que se sentía realmente atraída por él, levantó la vista para mirarlo a los ojos, pero las palabras no llegaron a materializarse. Mónica vio como John se acercaba peligrosamente a sus labios. Él deseoso por ese candente beso se acercó más pero ella se alejó bruscamente.
Se miraron y comprendieron que se deseaban con desesperación.
El beso empezó suavemente. Ella jadeó y sus labios se entreabrieron de tal manera que el beso se volvió profundo, increíblemente excitante lo que despertó en ella múltiples sensaciones. El pulso se le aceleró y un cosquilleo subió por su espalda humedeciendo su sexo. Cuando la lengua de John se deslizó junto a la de ella, sintió una necesidad urgente e irrefrenable de rodearlo con sus brazos. ¡Mierda! Ella no era así pero la verdad es que ese hombre la estaba volviendo loca. Hace unos días estaba follando con Frank y ahora estaba en brazos de John.
Gimió de placer y John le cogió de la nuca para profundizar más en su boca a la vez que se apretaba más contra su cuerpo haciéndole notar la dureza de su miembro que palpitaba de deseo por poseerla.
John se apartó de ella y la miró con ojos libidinosos y con una media sonrisa en los labios. Se encontraban tan cerca que respiraban el mismo aire. Estaban a punto de perderse el uno en el otro.
Mónica cerró los ojos y se abandonó completamente entre sus brazos. No deseaba abrirlos nunca más, temía que si lo hacía descubriera que se trataba de un sueño. ¿Un sueño erótico producido por el cansancio?
—¡No! —Se dijo mentalmente a si misma. —Deja de buscar excusas y disfruta por una vez en tu vida.
Gracias por Seguir Mi Libro de historias sexuales. Espero que lo disfruten. Comenten, así me animan a seguir publicando contenido.
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Deseo Carnal
RomanceÉl está casado, ella ansía amor. Dos amantes furtivos que se ven a escondidas y descubren el amor que no se pueden demostrar. Una historia de pasión ardiente y descubrimiento de los límites del placer.