capítulo 5

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FRANK LLEVABA UNOS MESES viéndose con Mónica. La recogía con el taxi y se sentaba en el asiento de atrás. Nadie la veía a través de los cristales tintados.

—¿Te apetece que vayamos a la playa mañana? —Le propuso Frank, a lo que Mónica accedió encantada. Estaba bien que hicieran cosas juntos. No solamente practicar sexo.

Así que al día siguiente Frank la recogió y condujo hasta una playa escondida y libre de turistas. Había algunos locales pero ya se estaban yendo para cenar. Todavía era de día así que en cuanto llegaron se tiraron al mar sin bañador. Mónica era muy pudorosa, toda la vida había usado bikini pero reconocía que era una auténtica liberación sentir el agua del mar por su cuerpo. Frank la miraba con deseo. Tenía unos pechos perfectos y los pezones duros le invitaban a que los saborease.

Estuvieron nadando un buen rato hasta que se quedaron solos en la playa. Mónica se tapó con la toalla, una suave brisa marina le erizaba la piel. Pero Frank salió del mar con una erección que no intentó ocultar. Imaginó como sería follarla sobre la arena hasta pudo sentir el sabor salado de su piel.

 Monica extendió la toalla y se tumbó invitándole a hacer lo mismo.  Frank la abrió de piernas e introdujo un dedo en esa abertura rozando las paredes buscando ese punto g interior para hacerla enloquecer. Estaba resbaladizo por sus jugos.
Entraba y salía, adelante y  atrás. Conny se retorcía de placer con la boca abierta, jadeando. Introdujo otro dedo y después otro. Esos músculos se adaptaban a la perfección. Introdujo hasta cuatro dedos. Quería meterle toda la mano en su interior. Escupió en su mano para lubricarla y de esta manera entrara más fácilmente.

Mónica se vio sorprendida ante tal invasión pero a juzgar por su reacción Frank deducía que estaba disfrutando como una perra. La estaba follando con el puño mientras su polla palpitaba de deseo. Era increíble el sexo con ella. La notaba al borde del orgasmo. Sus músculos se tensaban al rededor de su mano que se movía en un constante vaivén circular. Su espalda se arqueó y un orgasmo nacido de su interior la inundó, sacudiéndola, lanzó un grito gutural y empezó a relajarse. Sacó su mano poco a poco de ella. Entonces hundió su polla en su vagina lubricada por el orgasmo. Debería haber iniciado su vaivén despacio y después ir incrementando el ritmo. Pero le gustaba follar a lo bestia como un animal en celo. Mónica se corrió gritando ya fuera de control e inmediatamente después la invadía otra oleada de placer que crecía en su interior hasta llevarla a un nuevo orgasmo. ¿Cuántas veces se había corrido ya?

—Dame más. Más fuerte. —No podía creer lo que acababa de decir. Ansiaba más y más placer. Se sorprendía al comprobar cuanto le gustaba el buen sexo. Se sentía totalmente liberada con cada explosión de placer. ¿Cómo había podido vivir sin sexo durante tanto tiempo? Había estado decidida a renunciar a él definitivamente pero acababa de descubrir que le encantaba el vicio.

Frank la sujetaba por las caderas para que su polla se hundiera más al fondo de esa vagina húmeda y caliente. Iba a correrse, la sacó rápidamente y le derramó todo el semen sobre el estómago. Asía su verga con una mano mientras se vaciaba por completo sobre su estómago y le daba un par de golpes con el miembro todavía erecto. Le volvió a introducir la polla y se tumbó a su lado. Le gustaba follar con esa mujer. Le proporcionaba un placer muy intenso. Le gustaba su sumisión y que le siguiera el juego y aguantara su ritmo. Otras mujeres se habían quejado que era demasiado brusco en la cama pero a ella parecía que le gustara que la tratara como una puta.

—Si te digo la verdad, nunca había disfrutado tanto del sexo como contigo. —Admitió Mónica.

—Me gustas. Serías una buena mujer para mí. Pero te he de ser sincero, ... no estoy hecho para una sola mujer porque me gustan todas. Soy un animal, y tan solo quiero correrme.

La llevó a su casa cuando ya era bien entrada la noche. Sus pensamientos siempre la llevaban a la misma conclusión. Empezaba a sentir algo por Frank. Le gustaría que la relación fuera a más pero no podía ignorar la confesión que le acababa de hacer.

¿Qué estaba haciendo? Siempre había creído en el amor romántico y en la fidelidad de la pareja pero ya no sabía en qué creer. No quería que le hicieran daño, no deseaba sufrir por nadie más. Frank no la quería, tan solo la atraía sexualmente pero no había amor ni lo habría nunca.

Se preguntó si tendría una amante en cada pueblo. La idea le hizo gracia. Entendía, claro, por qué una mujer se sentiera atraída por un hombre tan guapo, pero no por qué ninguna querría enamorarse de él. Sospechaba que ella sí quería, pero también sabía que él era un "rompecorazones".

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Deseo CarnalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora