En una noche neblinosa de abril, hace ya muchos años, el traqueteo de un coche Leyland se escurría entre los silencios de la penumbra montevideana. El ómnibus, perteneciente a una línea que ya no circula, iba rumbo a destino en la penúltima vuelta de la jornada.
A medida que el bus avanzaba en su recorrido, los pasajeros fueron bajando en las distintas paradas hasta dejar completamente solo al conductor, que maniobraba la máquina entre calles oscuras. Súbitamente, un golpe sordo, violento y un grito corto llegaron tras una curva cerrada, inequívocas señales de que el bus, entre la niebla, se había topado con un obstáculo vivo y se lo había llevado por delante. Cuando el chofer desciende, el mal sabor que se anticipaba en su boca se volvió realidad: sobre el pavimento, exangüe, tendida a lo largo en una postura antinatural, yacía una señora mayor. El hombre entró en pánico, comprendiendo a la primera ojeada que la mujer estaba muerta, producto del impacto del ómnibus.
En la histeria del momento, convertido en una masa de nervios y sin saber qué hacer, el conductor atinó a apartar el cuerpo del camino, se subió al ómnibus y sin pensarlo dos veces arrancó y retomó el camino. Después de llegar a destino debió reiniciar el circuito en la última vuelta de la noche, distraído y con la sombra oscura de los sucesos recientes en su mente.
Poco a poco, el bus comenzó a poblarse nuevamente mientras repetía las paradas de su usual recorrido nocturno. Con los nervios a flor de piel, el chofer oteaba su alrededor y esperaba con ansias culminar la jornada laboral. De improviso, una cara conocida pareció asomar a través del espejo, entre los pasajeros sentados en las filas del fondo y con una mueca trágica impresa en el rostro. A pocos metros de la puerta trasera, sentada con toda corrección y con la mirada de espanto que el chofer presenciara, se hallaba la anciana atropellada minutos atrás.
El ómnibus casi vuelca debido a la reacción del hombre, que creyó enloquecer. Volvió a mirar por el espejo y sólo encontró a los pasajeros usuales, por lo que atribuyó la visión a su estado alterado. A la siguiente curva, el rostro de la anciana volvió a repetirse en el reflejo del cristal, más claro y nítido que antes, como la prueba ineludible del crimen cometido.
El coche fue vaciándose nuevamente, pero el chofer casi no prestaba atención a los pasajeros, exceptuando la figura muda que permanecía obstinada en su lugar y se manifestaba a través del reflejo del espejo. Cuando el ómnibus estaba casi desierto, el hombre se animó a mirar hacia atrás, descubriendo que allí no había nadie junto a los dos o tres pasajeros que estaban por bajar. Al volver la vista hacia el espejo, sin embargo, resurgió la imagen clara de la anciana.
Dos paradas antes del destino, el ómnibus quedó finalmente vacío, a no ser por el reflejo insistente que el chofer observaba en el espejo. Esta vez, sin embargo, pudo comprobar a través del cristal que la anciana se levantaba de su asiento y comenzaba a caminar lentamente hacia su lugar. Se dio la vuelta, pero allí no había nadie: a través del espejo, sin embargo, la mujer seguía su marcha impertérrita en dirección a la puerta delantera. El conductor descuidó la marcha y miró hacia atrás con horror por última vez. No pudo ver la luz brillante, el bocinazo inesperado, el resplandor súbito y el impacto del camión que chocó frontalmente con el ómnibus. Despertó en un hospital narrando esta historia, que repitió con frecuencia hasta su muerte, ocurrida hace ya muchos años.
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Atrévete a LEER!!!
HorrorHistorias de terror para los amantes del genero, solo para aquellos valientes que se atrevan a leerlas..!!!