A petición de un lector les traigo 3 leyendas de Puerto Rico saludos a Diego_Mz
El Pozo de Jacinto
Jacinto era un pastor muy celoso de su trabajo. Por esa razón, el dueño de una de las haciendas más importantes de Isabela, le había encomendado que cuidara y protegiera a su ganado.
Se podría decir que ese trabajo era bastante sencillo, ya que las vacas casi nunca le daban ningún problema. No obstante, había una que invariablemente era muy inquieta y se escapaba del redil con suma facilidad.
Esta situación enfurecía a Jacinto, pues había veces en las que regresaba a su hogar a altas horas de la noche, debido a que no podían encontrar rápidamente a la vaca y debía buscarla en las haciendas vecinas.
Una tarde el cielo se ennegreció de repente y el pastor pensó que era el momento preciso de llevar a sus vacas de regreso a la hacienda. Algo que no hemos mencionado hasta el momento es que, desde hacía un tiempo, siempre llevaba a la "res rebelde", atada a su brazo con una fuerte soga, para evitar que se volviese escapar.
De pronto, la tierra se iluminó con una luz muy fuerte y enseguida sobrevino un sonido estruendoso. Dicho trueno hizo que la vaca saliera despavorida sin control, arrastrando al pobre de Jacinto por todo el lugar.
El animal jamás se calmó y continuó corriendo hasta que arribó a un acantilado y dado que el terreno se encontraba flojo por la lluvia, resbaló y tanto la bestia como el pastor cayeron al acantilado perdiendo la vida al instante.
Mientras tanto, a la mañana siguiente el hacendado gritaba sin cesar:
– ¡Jacinto! ¿Dónde estás? Tráeme mi vaca ahora mismo ladrón.
Al no recibir respuesta, el hombre se fue caminando hasta que llegó a la orilla del acantilado. Ahí pudo escuchar la voz de un hombre y los mugidos de una vaca.
Se asomó y vio sorprendido que los restos del animal y del pastor habían caído dentro de un pozo de piedra. Sin prestarle atención al hecho de que los lamentos que había oído antes, provenían justamente de los espíritus de estos, dio marcha atrás y regresó a su hogar, maldiciendo al campesino que le había hecho perder a una de sus reses por descuidado.
A partir de ese momento, la leyenda dice que cualquier persona que se acerque al pozo y grite al menos tres veces ¡Jacinto, quiero mi vaca! Hará que el mar se enoje y el espíritu del campesino comience a perseguirlo.
La garita del diablo
Hace varios siglos, los pobladores de la ciudad de San Juan eran frecuentemente atacados por barcos piratas. Esto hizo que las autoridades construyeran varias torres de vigilancia, mismas que fueron colocadas en zonas estratégicas de la muralla que protegía esa localidad.
A esas torrecillas se les conocía comúnmente como garitas. Por cierto, un método que tenían los militares para evitar dormirse durante sus guardias, era que cada hora uno de los soldados gritara:
– ¡Soldado! ¿Estás alerta?
– Alerta estoy. Respondía el más próximo.
De entre todas las garitas, había una que se hallaba en la zona más solitaria de la muralla. Esta era resguardada por el soldado más valiente (por cierto, de apellido Sánchez) al que sus demás compañeros apodaban como "flor de azahar".
Los pétalos de la flor de naranjo son blancos y justamente le otorgaron dicho apelativo a ese sujeto, debido a que su tez era tan clara o más que ellos.
Una noche, uno de los soldados se encontraba esperando a que Sánchez le regresara el saludo. Sin embargo, el único sonido que pudo escuchar fue el viento.
Cuando salieron los primeros rayos del sol, un destacamento se dirigió hasta la garita del militar, en donde asombrados todos los hombres que fueron en la expedición vieron que en la torre no había nadie.
Únicamente hallaron el fusil, su uniforme sin ni un solo rasguño y su cartuchera. La gente de la ciudad empezó a decir que el Diablo se lo había llevado al infierno.
El Jacho Centeno
Uno de los personajes que aparece en la gran mayoría de las historias que cuentan los abuelos nacidos en Puerto Rico es la del Jacho Centeno. Se trata de un hombre que fue campesino y que vivió cerca de Orocovis durante la primera mitad del siglo XX.
Por las tardes, se le podía ver pescando, ya que precisamente con esa actividad, lograba darle el sustento tanto a su esposa como a sus hijos. Un día en el que regresó a altas horas de la noche a su casa, el hombre encendió un hacho (quizás en algunas regiones de la isla observes que la gente lo escribe como "jacho") para alumbrar su camino.
Para aquellos que aún no lo sepan, los hachos son manojos de paja que tienen la función de alumbrar, tal y como si se tratara de una linterna. Lo malo es que la antorcha se apagó antes de que el sujeto pudiera llegar a su morada.
Entre sus pertenencias, este personaje traía una cruz de madera, a modo de amuleto sagrado. Sin embargo, desesperado por no poder ver nada en la oscuridad de la noche, cogió el último cerillo que le quedaba y prendió la cruz.
Días más tarde, el hombre enfermo de gravedad y murió. La gente dice que su alma fue condenada a volver a la tierra a buscar las cenizas de la cruz que había quemado.
Se cree que este ente sólo logrará alcanzar el descanso eterno cuando junte todos los restos de aquella reliquia sagrada.
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Atrévete a LEER!!!
HorrorHistorias de terror para los amantes del genero, solo para aquellos valientes que se atrevan a leerlas..!!!