Capítulo 5: "L" es por La Lisiada

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Primero escuchas las pisadas disparejas.

Ras

Clic

Ras

Clic

Es así como sabes que está detrás de ti. El talón de su zapato izquierdo está roto. Lo arrastra por el césped con cada paso, un contraste marcado con el cliqueo inmutable de su único tacón intacto.

«Ayúdame», susurra. Es un pedido de auxilio urgente y angustiado.

«Por favor, estoy herida. ¡Ayúdame!».

No te des la vuelta, es ahí cuando te atrapa.

No corras. Te atraparía de todas formas, pero esta vez hará que duela.

O al menos ese es el rumor.

Todo pueblo pequeño tiene una leyenda que todos conocen y aseguran que es verdad porque el abuelo del vecino del primo del mejor amigo de tu hermana conoció a una persona a quien realmente le sucedió.

La de nuestro pueblo era La Lisiada, nombrada así por su andar distintivo.

Se decía que, hace unas décadas, había sido una maestra de escuela primaria. Joven, hermosa y la víctima de un asesinato terrible. Una noche, iba caminando a la casa que compartía con sus padres cuando se dio cuenta de que estaba siendo perseguida. Aceleró, y su perseguidor hizo lo mismo, hasta que ambos iban corriendo por un carril oscuro abierto que no tenía más que kilómetros de tierra de labranza a ambos costados.

Su talón se rompió, su tobillo se torció, cayó y su perseguidor se convirtió en su asesino.

Fue un ataque lento y tortuoso que la dejó cubierta en heridas de puñal y con una pierna molida. Para cuando el asesino había acabado, simplemente dejó que se desangrara a un lado de la carretera. No fue encontrada hasta la mañana siguiente, y lo único que quedaba por hacer era encontrar al responsable. Mientras que algunos creían que el sujeto fue capturado y sancionado poco después, otros piensan que él o ella aún sigue prófugo, y que «La Lisiada», como pasó a ser conocida la víctima, no descansará hasta que su asesino sea capturado.

Siempre tuve una postura escéptica acerca de esta historia. He transitado cientos de veces el lugar por el que se supone que ella debe aparecer, sin ningún incidente. Al igual que todas las personas que conozco. Si un fantasma asesino vivía ahí, estaba bastante segura de que ya lo habría visto.

Le repetí esto a mi amiga, Stefi, cuando sacó el tema de que el amigo de un amigo de un amigo se había encontrado con La Lisiada.

—¡Es verdad! Iba por la carretera vieja hace unas noches y la vio —insistió testarudamente durante la hora del almuerzo.

—Si realmente la vio, ¿no estaría muerto? Pensé que no te debías dar la vuelta.

—La escuchó, lo que sea. Sabes a qué me refiero, Rina.

—Claro —dije, rodando los ojos. A Stefi siempre la frustró que yo no compartiera su voluntad para creer en lo increíble—. ¿Entonces cómo escapó?

—Dijo las palabras, ¡duh!

—Ah, claro, las últimas palabras de la mujer. Palabras que de alguna forma todos conocemos sin siquiera haber capturado a la única persona que las pudo haber escuchado.

—Las conocemos porque el asesino nunca fue capturado. Él se las contó a alguien que se las contó a otras person-

—Y todos mágicamente sabíamos que teníamos que usarlas para protegernos de ser asesinados —terminé su frase.

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