๑.* Epílogo

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No sé cómo describirlo, aún no encuentro las palabras exactas para hacerlo

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No sé cómo describirlo, aún no encuentro las palabras exactas para hacerlo. La sensación fue simplemente extraña, sólo estrechabas mi mano, pero por alguna razón, mi cuerpo tembló por eso, reaccionó a ti.

Mencionaste tu nombre, muy lindo, por cierto. Pude ver la esperanza en tu rostro cuando lo hiciste, la misma que había visto en mi madre unos meses antes. Sin embargo, no pude evitar decepcionarte, en realidad, me dolió hacerlo, porque tus ojos brillaron como la primera vez en la que te había visto.

Odié no poder recordarte, porque yo parecía importante para ti, lo supe luego de un rato, cuando no quisiste soltar mi mano una vez la tuviste en la tuya.

Eres mi final y mi principio.

Permití que te quedarás a mi lado, era lo que querías, fue lo que pediste, yo no pude negarme a eso. Pero sabías perfectamente que lo que tu corazón sentía en ese momento, lo que necesitaba, era que el mío latiera igual de fuerte al tenerte cerca.

No lo hacía, él latía por alguien más, alguien que estuvo conmigo cuando tú observabas de lejos. Alguien que definitivamente no sentía nada por mí y que, cada que podía, me contaba acerca de ti.

Tú me adorabas en el pasado, un pasado que me parecía inexistente y, que según él, quería dejar ir para siempre. Ahora lo extraño, lo quiero de vuelta.

Pasaste mucho tiempo esperando, sólo permaneciendo quieto conmigo, podía notar como intentabas controlar tus manos, ellas querían tocarme, pero tú no las dejabas.

Entonces lo dijiste, lo que tanto querías decirme desde el principio.

Lo siento por no poder creer que alguien realmente pueda empezar a enamorarse de mí.

Volví a hacerlo, tus ojos brillaron, la cuenta de las veces en que logré verlos así me tenía angustiado. ¿Cuántas veces habría sido al revés? Nunca lo sabré, para mí, soy quien había hecho daño.

Creí que sería todo, que por fin te irías, pero te quedaste, sólo limpiaste tus mejillas y seguiste intentando.

¿Me darías un último momento?

Bien, tu paciencia era admirable.

Te volviste alguien cotidiano, me diste momentos divertidos, llenos de risas y coqueteos. Te gustaba hacerme sonrojar, tenías un don para ello.

Pasamos ratos buenos, hablabas de mí, tú que me conocías mejor que nadie, me hiciste saber cómo era el antiguo yo.

Empecé a tomarte cariño, justo cuando el turno de irte era más cercano. Después de todo, el tiempo conmigo sólo era dentro de aquel lugar de estudios.

Claro que no podías irte sin antes preguntar de nuevo.

Juro que te amaré de una manera diferente.

Me abrazaste con fuerza, diciendo en silencio que me extrañarías. Entendí porque lo hiciste, creíste que mi respuesta sería la misma. Pero estoy seguro de que te diste cuenta, mi corazón no fue discreto, la sonrisa en tu rostro tampoco.

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