Capítulo 11

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Para Katsuki, la vida estaba compuesta de un solo sentimiento.

Odio.

En contra de sus captores, por mantenerlo encerrado en la estúpida celda, por usarlo como un blanco para que los novatos practicaran su tiro, por mantener el aire cargado de magia y envenenar su comida con matalobos.

En contra del mundo, por permitir que se encontrara en esta situación, por darse la vuelta y fingir que no se daban cuenta de las atrocidades que estaba sufriendo. Porque nadie se preocupó por lo que le ocurrió a su gente.

Y, sobre todo, en contra de sí mismo, por haber sido débil, por haberse dejado capturar, por no haber peleado cuando tuvo la oportunidad, por haber sobrevivido cuando no lo merecía.

No sabía cuánto tiempo había pasado en el piso húmedo de la sucia celda, agazapado en el rincón derecho más alejado de la puerta; apenas y lograba recordar su vida antes de ser capturado. Siempre se encontraba en una especie de trance inducido por los pétalos púrpura que había en su comida, confinado a su segunda forma por un hechizo perpetuamente sostenido por uno de los Todoroki, quienes vivían en el castillo aledaño a la fortaleza, forzando su consciencia humana dentro del cuerpo del lobo, algo que sería imposible si no fuera por la magia.

Su mente letárgica olvidaba cada vez más las cosas que vivió en el exterior, recientemente se había percatado de que ya no recordaba los rostros de sus padres y eso solo sirvió para potenciar el odio que sentía.

Escuchó al guardia de turno acercarse a la celda, sus pasos familiares causando que se tensara, pero sin poder reaccionar de otra forma.

Quería destruir, hacer que sus captores se arrepintieran.

—Vamos, monstruo, es hora de salir.

Y al mismo tiempo, deseaba tanto demostrar que no era un monstruo.

La pesada cadena a la que estaba sujeto se movió y su collar metálico fue remplazado por uno similar, pero anclado a una cadena mucho más gruesa; sintió un jaloneo fuerte que lo obligó a ponerse de pie. Salió de la celda, consciente de que dos guardias más le apuntaban con ballestas, listos para reaccionar en caso de que intentara liberarse.

La enorme puerta de madera se abrió ante ellos y la cegadora luz del sol lo golpeó. No podía ver el mundo exterior, las murallas de la fortaleza eran demasiado altas, por lo que su único contacto con el mundo era el cielo gris del que, en ese momento, caían pesados copos de nieve que cubrían la piedra del suelo y las murallas, así como las torres del palacio de los Todoroki.

Como de costumbre, lo ataron a una pesada estaca de madera, lo rociaron con matalobos y permitieron que los novatos se acercaran a él. Espadas y flechas sin filo lo golpearon numerosas veces, adormeciendo su cuerpo y enfureciéndolo.

La práctica fue tan larga como cada día, recibió golpes decenas de golpes, añadidos a comentarios retorcidos que lo hicieron crisparse más de una vez, pero que eran habituales. Esta vez, sin embargo, hubo algo distinto cuando la jornada terminó.

—Llévalo a la celda, cambia el collar y regresa este a su lugar. —ordenó el guardia que siempre lo llevaba de vuelta a la celda, su chaleco rojo resaltando frente al gris del delgado y tembloroso hombre a su lado.

Sintió la cadena ser jalada y caminó de vuelta a la celda de mala gana, acompañado de algunos otros soldados que le apuntaban con ballestas. Como era normal, el collar fue cambiado, esta vez por las manos temblorosas del joven guardia que estaba encargándose de él; Katsuki podía sentirlo moverse con temor a su alrededor y pudo casi olfatear el miedo irradiando de él.

Oasis; [Katsudeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora