Gale
—Quiero el divorcio —le dijo al tiempo que ella se preparaba de forma apresurada para irse al trabajo. La había pillado buscando frenéticamente las llaves del piso, pues tenía cierta tendencia a dejarlas en cualquier sitio que luego no era capaz de recordar. Se podría considerar una especie de ritual antes de salir de casa que la ayudaba a empezar mínimamente estresada el día.
Jacob se sostenía al marco de la puerta, como si las apenas tres palabras que acababa de pronunciar hubieran ameritado tal empeño que su cuerpo se había quedado sin fuerzas. Debía de haberlas tenido enquistadas en su pecho desde hace demasiado tiempo. Tras esto se quedó en silencio, esperando, o así lo pensó Gale, alguna súplica o reacción por mínima que fuera de su parte. Ella, en cambio, no se movió un ápice ni articuló palabra. Aquella declaración había tenido un efecto anestésico en ella, como si la sumiera en un coma tan profundo, un sueño tan atrapante que apenas podía reconocerse en el espacio y el tiempo en el que se encontraba. Su cabeza empezó a proyectar momentos en los que Jacob y ella vivían su romance. Arrebatos de pasión vividos con tal frenesí que, haciendo un aventurado autodiagnóstico, agotaron el combustible que avivaba la llama demasiado pronto.
Jacob y Gale se conocieron en el instituto, durante un recreo con tan solo 15 años. Entre vallas de metal roído y paredes mohosas se prendió la chispa que culminaría en una boda clandestina en cuanto cumplieron los 21, una vez graduados. La luna de miel duró más de tres meses y al año "decidieron" irse a vivir juntos a aquel estudio minúsculo a unos veinte minutos del centro de Bangkok al que Gale tuvo que arrastrarle casi a la fuerza para poder cumplir su sueño de trabajar en la industria que era, como poco, fuente primaria de su felicidad.
Casi tres años después, Jacob había acabado prendado de aquella ciudad casi tanto como ella y no se imaginaba viviendo en ningún otro lado, aunque al parecer el camino compartido estaba a punto de llegar a una inevitable bifurcación.
Aún en ese trance, Gale se dio cuenta de lo sorprendentemente relajada que se sentía. Para cualquier otra persona, esas tres palabras habrían significado el derrumbamiento de un mundo construido con mimo que, como cuando a la orilla del mar coges un puñado de arena, sientes cómo los granos se van filtrando entre tus dedos y al caer vuelven al lugar del que provenían, en un ciclo infinito, o te deja con esa sensación que se te queda cuando un castillo de naipes se desmorona tras estar a punto de colocar la última carta... pero ella sentía una paz interior inmensa, seguramente por la energía profética que envolvía aquella situación. Aquellas palabras no dolían porque habían resonado dentro de su cabeza miles de veces. Habían escalado arduamente por su garganta, balanceándose vacilantes en su lengua para luego deslizarse de nuevo por donde habían venido en un ciclo infinito, como ocurría con los granos de arena.
De ahí pasó a recordarse a sí misma. Intentó retrotraerse al momento en el que se enamoró por primera vez. Contra todo pronóstico, Jacob no fue su primer amor. Su subconsciente intentó llegar a una época demasiado recóndita como para que pudiera visualizar una escena con nitidez. El primer beso de la infancia. La primera mirada furtiva. Las primeras mariposas revoloteando por el estómago. La primera risa nerviosa. Tendría dos años más o menos cuando pudo identificar una sensación siquiera cercana o parecida a lo que se considera como enamoramiento. Desde entonces, con oasis emocionales no lo suficientemente longevos como para considerarlos relevantes, Gale había sido presa de las garras del tan codiciado amor. Codiciado. Ansiado. De manera cuanto menos acertada se habla de él como una droga, y ella era una yonqui confesa. Gale era adicta al amor, al romance, a la pasión, a los amores correspondidos, a los no correspondidos, a la desazón y a la euforia de sentir algo tan maravilloso y complicado. Necesitaba altas dosis diarias de ello y así había sido siempre.
Tras muchos amores efímeros, desamores y toxicidades, ella había conocido (antes que muchos) a su compañero de vida. Jacob le daba cariño, le daba estabilidad, le daba respeto y espacio, noches de sexo salvaje y de pelis mientras se acurrucaban en la cama que hacía las veces de sofá a falta de algo decente a lo que llamar salón. Habían vivido juntos los vaivenes emocionales de la adolescencia, épocas de exámenes insufribles, borracheras y conversaciones nocturnas que dejaban de serlo cuando los rayos del sol comenzaban a traspasar las rendijas de la persiana. Para ella Jacob significaba un lugar seguro: un hogar. Él era costumbre, era una parte más del todo unido que se forjaba alrededor de su mundo, pero tampoco podía seguir engañándose. Con el paso del tiempo, habían llegado a un punto en el que fluctuaban de forma tan natural que podían coexistir perfectamente como ocurre con los átomos que, aunque parezcan estar completamente unidos, no llegan a tocarse y habían puesto el modo automático en su relación. Además, sus rutinas podían llegar a ser muy exigentes, sobre todo para Gale, a quien le apasionaba tanto lo que hacía que no le suponía ningún sacrificio. Su trabajo se había convertido en parte primordial de su mundo, y pasar tiempo con Jacob ya no era una prioridad.
Tras este repaso mental, muchas sensaciones se acumularon en su interior, pero el arrepentimiento no fue una de ellas. Aunque eran jóvenes y todo lo que experimentaron lo hicieron con intensidad, cuando le dio el sí fue un sí rotundo. Un sí sin vacilaciones, sin medias tintas, sin titubeos. Fue el sí más sincero que jamás había pronunciado y ahora tocaba repetir la misma afirmación con la misma firmeza y tranquilidad de entonces, pero en un contexto completamente diferente.
Después de lo que, a juzgar por la expresión angustiada de Jacob, fue una eternidad, Gale asintió y dijo, al principio con un hilo de voz que fue ganando seguridad:
—Está bien. Te quiero. —Y no mentía.
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Love in the Gale
FanficEnamorarse es como hallarse perdido en medio de una noche de ventisca. El vendaval de emociones que llevas por dentro nubla tu juicio, y toda la bruma que se apodera del ambiente hace imposible vislumbrar con claridad lo que tienes ante tus ojos. «...