Capítulo 8

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¿Gale?

Un sonido que no le resultaba familiar la despertó. Un tanto irritada, se revolvió en las sábanas, pero al encontrarlas algo ásperas se decantó por destaparse del todo. No fue hasta que abrió los ojos y miró a su alrededor que se dio cuenta de que no estaba en su habitación. Ahogó un grito mientras inspeccionaba frenéticamente. Las paredes eran de un gris claro y los muebles no tenían nada que ver con los de su apartamento.

«¿Dónde me he metido?», se preguntó, intentando aplacar los demonios que le incitaban a caer en un estado de completa histeria.

Su vista se dirigió al lado izquierdo de aquella cama desconocida. Volvió a jadear.

—No, no, no, no —susurraba mientras volvía a taparse y apretaba los ojos con fuerza, en un intento de despertar de lo que debería ser poco más que una ensoñación. Más bien un mal sueño. La peor pesadilla que había tenido en mucho tiempo.

Comenzó a rememorar la noche de ayer, en busca de respuestas: «Estaba sola en mi apartamento, me di una ducha, me serví una copa de vino, busqué no sé qué cosa sobre la luna y...

Un momento, el vino.

¿Me habría emborrachado y por eso no recordaba cómo había llegado allí?

Solo había sido una copa. Aunque no es que sea ninguna semental en cuanto a aguante al alcohol se refiere, no era suficiente para nublar mi juicio... pero... ayer estaba muy triste, sola y un poco melodramática. ¿Habría sido capaz de hacer algo semejante?

Esto no me puede estar pasando. Hace menos de 24 horas estaba casada, felizmente casada, y ahora...

Y si...

Basta. Tengo que irme.

Y tengo que irme ya».

Decidida, buscó su móvil, pero no lo encontraba por ningún sitio. Encima de la mesilla había otro.

Empezó a temerse lo peor.

No quería aceptarlo.

No podía.

Salió de aquella habitación y la realidad era cada vez más palpable. Cada vez quedaba menos sitio donde esconderse. Completamente azorada, se metió en el aseo.

Efectivamente.

Los azulejos, los muebles, la decoración, los espejos, las plantas que colgaban por la ventana creando un ambiente casi selvático.

Conocía ese apartamento. Era el de Peat.

No solo había fallado a Jacob, sino que encima se había acostado ni más ni menos que con su amigo y compañero de trabajo. Si existiera unos mandamientos del mánager: «no te acuestes con la persona a la que representas» sería uno de los más importantes.

Mal. No. Imposible. Prohibido.

«¿Cómo se me ocurre? Bueno, más bien ¿cuándo? ¿En qué momento había tocado fondo de esa manera? Sí, estoy un tanto vulnerable y la situación me supera un poco, pero...»

Apoyó la espalda en la puerta del baño y se dejó caer al suelo con lentitud. Apenas podía sentir las piernas y estas le flaqueaban, aturdidas por los deseos contradictorios de su cuerpo de salir corriendo y desvanecerse a la vez. En ese momento, sintió como los ojos se le llenaban de lágrimas.

Después de un rato, cuando resolvió que ya se había autocompadecido lo suficiente, decidió lavarse la cara y sobreponerse. Se tocó la camiseta para verla mejor. Ni siquiera la ropa que llevaba era la suya. Se quedó petrificada por un instante. No podía ni mirarse a la cara sin morirse de vergüenza y remordimiento. Asqueada, se empapó las manos en el lavabo y se echó a la cara el agua con cierta agresividad. Finalmente, tomó aire y levantó la vista, con la mirada clavada en el espejo. Tras soltar un chillido histérico, casi se desmaya al ver su reflejo, notando como las piernas volvían a fallarle. Se agarró al lavabo con toda la fuerza que pudo reunir. Contó hasta tres y volvió a alzar la vista hacia el espejo. Nada había cambiado. Completamente descolocada, se tocaba el rostro sin parar y sin poder quitar la expresión de asombro.

Love in the GaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora