Desde ese día, Bjorn empezó a hacer algo que nunca pensó que haría: evitaba a Melissa. Ya no era por rencor, sino por respeto propio. No quería miradas incómodas, ni la incomodidad de fingir que no dolía. Cerraba la puerta más rápido al salir, revisaba que el pasillo estuviera despejado antes de bajar. No era cobardía, era sanidad.
Curiosamente, esa distancia no lo hacía sentir más solo.
Pensaba en Saph más de lo que admitiría. Esa chica de cabello alborotado, teñido de un rojo desteñido como flamas apagadas, lo había marcado con su entrada tan ruidosa y natural como si el universo la hubiera enviado justo para ese momento.
Era grosera, sí. Ruda, con un lenguaje que no habría aprobado su madre, y una actitud que desafiaba a cualquiera que la mirara mal. Pero con Bjorn… había sido distinta. Lo había tratado con bromas que, lejos de doler, lo hacían reír en voz baja. Su sarcasmo no hería, y su compañía no pesaba.
Le había escrito al día siguiente. Un simple:
"¿Sobreviviste a la resaca, estómago sensible?"
Bjorn sonrió cuando lo leyó.
Esa misma semana, se vieron de nuevo. No fue una cita. No todavía. Saph le dijo que conocía un lugar tranquilo, lejos del ruido del bar, donde la música era más suave y nadie te preguntaba si estabas bien. Era un pequeño cuarto que ella usaba para sus masajes… pero esa vez no cobró.
—Tú no me debes nada —dijo mientras preparaba aceites y música ambiental—. Solo relájate.
Y él lo hizo. Por primera vez en semanas, tal vez meses, sintió que alguien tocaba su cuerpo con cariño, sin juicio, sin intención de cambiarlo. Las manos de Saph, firmes pero atentas, no buscaban esculpirlo como arcilla. Solo aliviarlo.
—Tienes nudos por todas partes —comentó ella mientras trabajaba en sus hombros—. ¿Estrés? ¿O pura culpa?
—Ambas —respondió, medio dormido.
Saph no preguntó más. No lo presionó a hablar de Melissa, ni del dolor que arrastraba desde su infancia. No lo miró con lástima. Sólo lo dejó existir. Y ese permiso, tan simple, valía más que cualquier consuelo.
Cuando el masaje terminó, ella encendió un cigarro en la ventana.
—¿Te sientes mejor?
—Como si hubiera vuelto a nacer —dijo él, sorprendido de su propia sinceridad.
Ella sonrió sin mirarlo.
—No te enamores, ¿sí? —dijo con ironía—. Todavía no.
Bjorn rió. No sabía si se lo decía a él o a sí misma.
Pero esa noche, mientras caminaba a casa con el aire fresco contra la cara, no se sentía un hombre roto. Se sentía alguien que, por fin, había encontrado una grieta por donde colarse la luz.
Y aunque no lo sabía aún… esa rebelde, esa chica de uñas negras y alma salvaje, iba a tener un papel más grande en su vida de lo que cualquiera habría imaginado.
Pasaron apenas unas semanas, y lo que empezó como una noche de escape para Bjorn se convirtió en rutina. No porque lo necesitara… sino porque la quería ver.
Kimmy —como le confesó una noche entre risas, después de dejarle un trago gratis en la barra— era su nombre completo. Le dijo que casi nadie lo usaba, que sonaba “muy niña buena” para alguien como ella. Pero Bjorn no pensaba eso. A él le gustaba. Sonaba suave, real, como el lado de ella que no mostraba tan fácilmente.
—Kimmy —repitió él esa noche, como si lo estuviera probando en la boca—. Te queda.
Ella sonrió como si fuera la primera vez que alguien lo decía sin reírse.

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Una Promesa [feederism]
Storie breviEn un mundo que va demasiado rápido, a veces el amor se encuentra en los detalles lentos: una comida hecha con cariño, una caricia sin apuro, una risa compartida en medio del caos. Esta es la historia de dos personas completamente distintas que desc...