Capítulo VII: Un lugar seguro

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—Una vez que entres tienes prohibido comentar algo acerca de lo primero que veas o lo que sea, ¿entendido? -trató de sonar amenazante mientras lo apuntaba con su dedo índice.

Sabía que su habitación estaba recogida, milagrosamente. Porque según como se levantaba, seguía su camino y no recogía su cama. No importaba cuantas veces su madre le llamara la atención por eso, ahora opta por mantener la puerta cerrada y problema resuelto. Pero el asunto era que se iba a formar la del año si Tristan le volvía a faltarle el respeto al arte.

El rizado sonrió a medias teniendo sus sospechas porque era más que obvio, pero aun así asintió y elevó su dedo meñique.

Pinky promise.

Ellis inhaló sintiendo un cosquilleo en su estómago. Bien..., esa no se la esperaba.

Pinky promise.

Correspondió a la promesa y giró el mango de la puerta. Tristan en ningún momento soltó sus dedos meñiques unidos y tampoco dejó de observar sus orbes azuladas hasta que la puerta estuviera toda abierta invitándole a pasar. Una de las cosas de las que se ha percatado cada que va al museo es en los ojos de Ellis y como su tonalidad cambia cuando se acerca a las obras donde predomina los tonos azules o los verdes. Era una de sus cosas favoritas cuando lo veía observar de manera determinada cada lienzo. Parecía mágico. No importaba cuántos regaños se ganara de su parte por estar viéndolo a él y perdiéndose en sus ojos en vez de perderse en las obras del holandés loco. Valía la pena.

Ojalá y le durara toda la vida, porque en esos largos ratos en el museo le hacía olvidar todo lo demás.

Se dejó guiar por él cuando lo adentró en el dormitorio. Estaba todo oscuro, pero podía identificar algunos muebles por la claridad que entraba por el pasillo. Ellis lo miró por encima de su hombro antes de acercarse al costado de la pared donde estaba el interruptor de la luz, ni siquiera tuvo que pronunciar la orden cuando por su propia cuenta cerró los ojos.

Intuía que tal vez estaba algo nervioso así que ejerció un leve apretón con su meñique tratando de transmitirle seguridad.

A través de sus parpados se notó la claridad de la luz y luego el sonido de la puerta siendo cerrada. Aun así, espero la afirmación de él para abrir los ojos.

—Bienvenido a mi habitación. A mi lugar seguro.

Su dormitorio le trajo vibras llenas de paz y comodidad al instante. Era reconfortante. Con facilidad, localizó ciertos objetos con la temática del postimpresionismo, esto hizo que sus comisuras tiraran hacia arriba. Obviamente que tendría cosas de su pintor favorito.

Comenzó a caminar a pasos lentos dejándose llevar por el ojiazul cuando tiró de su dedo y lo acercó al borde de la cama invitándolo a tomar asiento.

—Siéntete en confianza, Tristan.

Aun así, permaneció parado observando las puertas de espejo del clóset. Estaba su reflejo en ellas, pero lo que captó su atención fueron los pequeños y medianos círculos en azules y amarillos que le daban forma al marco de la puerta. La curiosidad le ganó y se acercó a ellas; distinguió también algunas frases escritas con pintura negra. Trazó con su dedo índice las réplicas de las estrellas de La noche estrellada y, en adicción, también había unas ramas del árbol de la muerte con distintas tonalidades verdes.

Ellis no lo sabía, pero había estado investigando un poco sobre esa obra en específico más a fondo.

—Papá lo hizo para mi cumpleaños número 14 —llegó a su lado—. De todas las obras de van Gogh, ésta es mi favorita y él lo sabe. También fue porque no encontraba a nadie para que hicieran el techo y querían que tuviera un pedacito del lienzo en mi habitación.

A través de las obras de Vincent van GoghDonde viven las historias. Descúbrelo ahora