Capítulo VI: Atormentado de emociones

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El camino hacia el hogar Haddock la mayor parte del tiempo fue silencioso. La disociación había tomado posesión del cuerpo de Tristan y, por más que Ellis trataba de entablar conversación, los temas eran vagamente ignorados. El temor a la envidia era el protagonista en la mente del rizado en esos momentos.

Sabía muy bien que cuando cruzara aquella puerta se iba a topar con un ambiente que ya no tiene en su vida. Y no quería tenerle envidia a Ellis porque reconoce que eso lo único que hará es mantenerlo en el mismo lugar que ha permanecido por meses.

Las palabras abandonaron su lengua, dejando paso a un profundo hueco en su estómago y el inicio de un nudo en su garganta.

¿Esto era una buena idea? ¿Realmente estaba listo para presenciar el calor familiar? ¿Ese en donde el amor paternal reinaba y las relaciones de amor-odio entre los hermanos le daban el toque final al ambiente?

No sabía si estaba preparado mentalmente para observar algo que se le fue arrebatado y mucho menos era lo suficientemente fuerte para sufrir en silencio.

Se detuvo de forma abrupta cuando sus ojos comenzaron a picar, aproximando una nueva tormenta.

La extrañaba y mucho...

Ellis frunció el ceño al notar la falta de presencia del chico a su lado y se giró hacia atrás. Tristan apretaba sus labios tratando de contenerse, respirando de manera entrecortada y miraba su alrededor, desesperado por detener el reguero que sucedía en su pecho. El ojiazul se acercó con cautela, con miedo de que pudiera terminar de quebrarse.

—No tienes que hacerlo si sientes que es mucho, Tristan.

Batallaba para que las gotas saladas no escaparan de sus ojos y lo dejaran en clara evidencia de vulnerabilidad. Su vista estaba totalmente empañada, impidiendo buscar una forma de escapar de esa situación. ¿Por qué no podía tener un momento de paz consigo mismo sin que le caiga un episodio de dura tristeza?

¿Por qué él no podía ser Ellis? Todo estaría siendo más fácil.

Sus orbes se derramaron y dos lágrimas cayeron sobre el aire como una hoja color café que se desprende de un árbol en una temporada de otoño. Eran destellantes bajo la densa oscuridad que abarcaba la noche hasta que se estrellaban en el suelo, llevándose consigo cada vez un poco más su brillo, su esencia.

Ellis estampó su cuerpo contra el suyo sin pensarlo dos veces. Tal vez estaba invadiendo su espacio personal, tal vez lo estaba agobiando o tal vez Tristan no toleraba los abrazos, pero no le importó cualquier consecuencia que esto podría provocar. Simplemente rodeó su torso con ambos brazos y apoyó su frente en el hombro derecho. Ajustó su agarre con seguridad, implorando internamente una y otra vez a que esa acción fuera suficiente para que su estado mejorara.

—Lo siento, lo siento. No quería angustiarte —murmuró contra la tela de su abrigo y se aferró más cuando Tristan comenzó a sufrir espasmos debido a los sollozos.

Su estado endeble solo hizo que la impotencia corriera por sus venas cuando comenzó a sentir que el rizado se le desvanecía de sus manos. ¿Así se sentía Tristan cada vez que no lograba avanzar?

Un sollozo lastimero se coló directamente por su oído y cerró los ojos con fuerza, esperando a que se desahogara. No dijo nada, ni siquiera intentó tranquilizarlo, solo dejó que sacara todo lo que se acumulaba en su pecho. Se permitió sujetar todo aquello que le hacía peso en su hombro para que pudiera respirar y con pequeñas caricias en su espalda le hizo saber que había alguien a su lado. Le dio su tiempo para recomponerse y en ningún momento lo soltó.

—¿Por qué eres tan bueno conmigo? ¿No vez que soy un caso perdido?

Rompió el abrazo de manera repentina y lo observó con seriedad. Sus manos borraron los rastros de humedad que dejaron las lágrimas en su camino y peinaron su cabello hacia atrás para que la fresca brisa besara su rostro y lo calmara un poco.

A través de las obras de Vincent van GoghDonde viven las historias. Descúbrelo ahora