Capítulo IX: Los reconocimientos llegan luego de la muerte

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Cuando el amanecer lo despertó y le dio la bienvenida a ese lunes, por primera vez en cinco meses, sintió como un gran peso abandonaba sus hombros.

Quitar las sábanas de su cuerpo nunca se había sentido tan ligero y la energía mañanera que lo llenaba lo hacía moverse de aquí para allá sin la necesidad de arrastrar sus pies. Todo se sentía distinto ese día. Ni siquiera fue en busca de socorro hacia sus audífonos y los cientos de playlist que tiene en su teléfono. El silencio de la mañana le hizo compañía mientras se alistaba y eso jamás le había generado tanta calma, hasta ahora.

Antes de marcharse de su habitación, observó por última vez con una sonrisa tranquila el papel que estaba doblado encima de su escritorio.

En la escuela, no había sentido la urgencia de recurrir a sus dos mejores amigos, los audífonos permanecieron en todo momento dentro de su mochila siendo ignorados con éxito. Varios «buenos días» hacia cada uno de sus maestros habían fluido de sus labios de manera espontánea, pero natural. Era notable su nuevo estado de ánimo y se sentía bien con ello, incluso, llegó a participar unas cuantas veces en clase; recibiendo felicitaciones por expresar su opinión sobre el tema hablado.

Vaya..., se había olvidado de lo bien que se sentía eso.

La Sra. Ashford -su maestra de filosofía- había dado por culminada su clase unos 20 minutos antes por una llamada repentina que recibió de la directiva. Tuvo que abandonar el salón para contestar y aprovechó ese momento para sacar su teléfono y llenarle la bandeja de mensajes a Ellis, contándole con sumo entusiasmo lo bien que iba su día. No obtuvo una respuesta rápida, lo cual era de esperarse porque se encontraba en medio de una clase.

Se entretuvo mirando un rato sus redes sociales con algo de desdén en lo que su maestra regresaba o hasta que tocara el timbre. No fue hasta que un flyer de promoción se paseó entre varias publicaciones y su interés picó adelante, pero justo en ese momento la docente ingresó de nuevo al salón con una gran sonrisa. Con toques torpes logró tomar una captura de pantalla y esconder con rapidez su teléfono antes de que recibiera un regaño por sacarlo.

—Chicos, necesito que me presten mucha atención.

Las voces se convirtieron en murmullos hasta que toda la habitación se fundió en silencio.

—Debido a que se presentaron unos inconvenientes y no se pudo celebrar como teníamos planeado el Día Mundial de la Filosofía, la directiva nos ha presentado una oportunidad de oro a modo de recompensa —se encaminó hacia su escritorio, tomó unos papeles en blanco y comenzó a picarlos en tiras—. Deberán escoger un estudiante que ustedes crean que tiene alto potencial filosofando para que presente tres ensayos de temas libres, la elección se llevará a voto, para hacerlo justo. Esto cubrirá tres notas para esta clase: la del mes de diciembre, enero y febrero. También tendrá un permiso especial para irse al mediodía y dirigirse a la Biblioteca de Yorkshire. Lo mejor de esto es que serán enviados a la directiva de las universidades y estarán representando al condado. ¿Qué les parece?

La mayoría exclamaron felices por la propuesta y luego se pusieron a dialogar sobre qué estudiante iban a escoger.

—Les entregaré un papelito y en él escribirán el nombre de la persona. Esto es anónimo, pueden votar por ustedes mismos también.

La maestra terminó de picar los papeles y los comenzó a entregar con algo de rapidez porque ya no quedaba mucho tiempo para salir a almorzar.

Observó el trozo de papel mal picado y su lápiz vaciló por un rato sobre sus dedos. Trató de hacer memoria de los que filosofaban muy bien en su salón, pero aun así no supo qué poner. La opción de escribir su nombre se le pasó múltiples veces por su cabeza luego de la revelación que le había hecho Agnes hace unos días atrás, pero al final no lo hizo y terminó entregando el papel vacío.

A través de las obras de Vincent van GoghDonde viven las historias. Descúbrelo ahora