Capítulo X: Chispas de pintura, chispas de felicidad

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Las calles de Doncaster estaban cubiertas por un gran manto blanco, los copos de nieve saludaban los cálidos hogares desde los cristales de las ventanas hasta que desaparecían en el suelo.

Observó esa primera nevada sentado en el sofá de la familia Haddock con una pequeña mano intrusa en su cabello. Los deditos de Elisa bailoteaban entre sus hebras mientras le contaba cómo logro escribir hasta el número 10 ese día en su clase. Mark se encontraba frente a ellos, fundido en los tres folletos que Tristan escribió. Unas gafas de lectura decoraban su rostro y poseía una neutra expresión, la cual le estaba causando una ansiedad horrible al ojiverde.

En esa larga semana, en donde solo se dedicó a escribir y a borrar, en una de las tantas veces que acompañó a Ellis de vuelta a casa, su padre le sugirió su ayuda para analizar los ensayos. Había tenido la oportunidad de filosofar un poco con él cuando Elisa se aferraba a su pierna impidiéndole que se fuera rápido de su casa y él se encontraba corrigiendo trabajos universitarios o preparando la clase para el día siguiente. Tomaban asiento en la sala y, si los dejaban, se pasando hablando por horas. Le gustaba mucho la forma de pensar de Mark; solía ser alguien muy escéptico, detallista, con un gran pensamiento analítico, poseía certidumbre radical, era metódico y fundamentador.

En pocas palabras, una persona muy difícil de impresionar. Y eso lo tenía con los nervios de punta.

"Te lo corregiré como el profesor de Filosofía que soy, hijo."

Las palabras y los pensamientos lo abandonaron en ese preciso momento en que lo llamó hijo. La tensión que sentía porque alguien leyera sus escritos pasó a ser historia y una débil sonrisa se cruzó en su rostro.

"Eso quiere decir que lo hará a sangre fría." Ellis le arrebató la calma que por un momento sintió, como que de repente se le hizo difícil tragar.

Durante su convivencia en aquellas múltiples noches, Jay y Ellis les estuvieron haciendo compañía, aunque el ojiazul varias veces se dejaba vencer por el sueño y acababa con su cabeza acostada sobre el regazo de Tristan. Logró captar varias miradas de la madre del chico cuando jugaba con su flequillo o le hacía caricias en su rostro para que se durmiera profundamente y eso solo le provocaba un hoyo negro en su estómago junto a un acogedor sentimiento que no podía explicar.

Las gemelas por otro lado siempre lo recibían con alguna de sus obras culinarias. Emery y Emily lo habían tomado como un juez y el aceptó con gusto ser víctima de los riquísimos platos que hacían con un poco de ayuda externa.

Sufría descargas de felicidad cuando las tres niñas coreaban un «¡llegó Tristan!» cada vez que cruzaba la puerta principal y salían disparadas a abrazarlo. Pero lo mejor era cuando Ellis hacía su entrada algo celoso y las alejaba de él, recordándoles que lo conoció primero y eso nadie se lo quitaría.

Era como si un nuevo yo hubiese nacido en su interior. Y se sentía de puta madre.

Volviendo a otro nuevo domingo, el ojiazul estaba preparándose en su habitación para ya mismo partir al museo. Esta vez con una compañía extra, Elisa, y solo porque le formó un berrinche a su hermano de que él siempre se robaba a Tristan y ella ya no tenía casi ni tiempo para jugar con él.

La más pequeña le hizo ojito a su hermano y el rizado le siguió detrás. En serio que adoraba a todas las niñas, pero en particular se robó su corazón y, por su parte, nunca abría un «no» por respuesta. Así que se unieron como equipo y lograron convencer a Ellis. Bueno, más bien fue una manipulación angelical.

—Bien, Tristan... —Mark se retiró los lentes de lectura y le devolvió los ensayos—. Tienes un punto de comprensión bastante alto con respecto a la vida, eso me gustó mucho. Posees la disciplina para pensar, cuestionar y sacar conclusiones; no me sentí perdido mientras leía, todas las preguntas que incluiste tuvieron sus respuestas y tu redacción cualitativa tiene una muy buena estructura. Pero lo más que me llamó la atención fue tu percepción de vivir de forma reflexiva. Te felicito, de verdad, y no es porque tengas alguna relación con mi hijo, sinceramente pienso que tienes un gran talento. Me sería un honor si algún día llegas a ser mi aprendiz.

A través de las obras de Vincent van GoghDonde viven las historias. Descúbrelo ahora