2.- Saludas a un hogar roto

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En sus inicios, la secta Hehuan había sido una secta demoníaca. Sin embargo, desde su establecimiento se había desmenuzado lenta y silenciosamente por las peleas internas entre los miembros más poderosos para obtener el liderazgo y unificar a todos bajo el mando de una sola persona.

En el momento que Bai Rong entró a la secta, los miembros de la misma se dividían entre dos fuerzas que parecían unidas, pero eran muy opuestas: Yuan Xiuxiu, la líder de la secta; y Sang Jingxing, uno de los ancianos de la misma. La impresión que daban al exterior era el de ser una pareja unida por un solo propósito, pero en realidad estaban juntos para echarse las garras al cuello a la primera oportunidad. Bai Rong no había tenido mucha suerte y terminó siendo discípula de Sang Jingxing, alguien que no le agradaba demasiado, pero supo aprovechar todas las oportunidades que había en su camino para aumentar su poder y lograr su propósito de ser la maestra de la secta.

El tiempo pasó, y finalmente había logrado obtener el lugar que había ansiado. Bajo su mando, la secta Hehuan había enderezado su camino hasta alcanzar el método honrado y ortodoxo de las sectas taoístas, pero debido a una simpleza pequeña aún no se le podía considerar como tal. Era bastante frustrante, pero no tenía otra opción. Por supuesto, muchos de los antiguos ancianos y muchos otros miembros desertaron al ver el sendero que la secta comenzaba a seguir; pero muchos otros miembros entraron buscando una oportunidad. A Bai Rong no le preocupaba la partida de muchos de ellos, al final resultaron ser miembros inútiles que no eran nada sin su poder demoníaco.

Un golpe en la puerta sacó a Bai Rong de sus pensamientos y vio en el umbral de la puerta a una mujer vestida de amarillo que esperaba pacientemente.

—Adelante, Bing Xin —dijo Bai Rong.

Bing Xin, discípula principal de la secta, entró a la habitación y luego de saludar a su maestra, informó:

—Nuestro huésped salió de la cama y se encuentra en la explanada de entrenamiento. Creo que debería venir y echar un vistazo.

Había cierto tono de admiración en la voz de Bing Xin que intrigó a Bai Rong. Que ella recordara, solo hubo una vez en que su discípula había hablado con admiración de alguien, y ese había sido su amigo Shen Qiao. Si había alguien más que podía despertar esa admiración en Bing Xin, sin duda Bai Rong tenía que verlo. Ambas mujeres se dirigieron a la explanada; Bai Rong recordó el momento en que había encontrado al joven que mantenía bajo su protección: ella regresaba de un viaje por diversas zonas boscosas en donde se había cultivado cuando lo vio tendido a los pies de una ladera. Su estado era crítico, y si no lo atendía rápidamente iba a morir; por lo que pasó semanas desde su llegada cuidando de él y fue inmensamente feliz cuando despertó, ya que eso significaba que su recuperación iría mejor.

Ahora que lo veía en la explanada, se sorprendió de lo rápido que se había recuperado. El joven practicaba en el centro del lugar con un sable, sus movimientos eran certeros y elegantes, el arma se movía con fluidez como si fuera una extensión de su brazo, y su ligereza era envidiable. Bai Rong admiró la precisión de sus pasos y en cuánto el joven terminó se acercó a él.

—Eres muy bueno —elogió con sinceridad—. ¿Eres cultivador errante?
—Algo así —respondió Mu Qing sin entrar en detalles.

Esa mañana despertó con su visión totalmente restaurada, el malestar que lo aquejaba desde que recuperó la consciencia se había ido y se sentía relativamente mejor, por lo que decidió practicar con el sable un poco. Extrañamente, su energía espiritual se había agotado, por lo que no pudo contactarse con la capital celestial para avisar de su posición. Bai Rong puso las manos en la cintura y preguntó con voz coqueta:

—¿No te gustaría unirte a una secta?
—No por el momento —respondió Mu Qing, ladeando la cabeza—. Y sin duda, no me uniría a una secta demoníaca.

Bai Rong soltó una carcajada, diciendo:

—Debes saber que las sectas taoístas adoran a un dios. Esa es la razón por la cual se nos considera una secta demoníaca: no tenemos un dios a quién adorar.

Mu Qing había escuchado algo al respecto, algunas sectas taoístas habían comenzado a adorar a ciertas deidades. Estaba la secta Bixia, que adoraba a Lang QianQiu, la Academia Linchuan adoraba a Feng Xin, el templo Chunyang adoraba a Pei Ming y el monte Xuandu le ofrecía sus reverencias a Xie Lian.

—Existen muchos dioses en el cielo.
—Ninguno me convence —dijo Bai Rong tranquilamente.

Su sencillez sorprendió a Mu Qing, que sonrió sin poder evitarlo. Bing Xin apareció antes de que alguno de ellos dijera nada más y dijo:

—Maestra, hay un hombre afuera, dice que viene del santuario Puji.

Bai Rong volteó hacia Mu Qing haciendo un gesto con la mano para que lo siguiera. Ambos salieron del lugar y se encontraron con un joven de blanco que llevaba un sombrero de bambú, quien sonrió al verlo.

—Te hemos buscado por todos lados —dijo Xie Lian al ver a Mu Qing, y se inclinó respetuosamente ante Bai Rong—. Le agradezco por cuidar de mi amigo.
—Ah, no fue nada —dijo Bai Rong—. Supongo que nos veremos luego.
—Tal vez —dijo Mu Qing sin comprometerse a nada.

El dios y la maestra se vieron fijamente por un momento antes de separarse. Una vez estuvieron lejos del lugar, Xie Lian preguntó a Mu Qing:

—¿Qué pasó? ¿Cómo llegaste aquí?

Mu Qing se encogió de hombros, diciendo solamente:

—Es una larga historia. Te contaré cuando lleguemos a la capital celestial.

Calamidad disfrazada de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora