14.- Mírame otra vez

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No fue difícil adivinar a dónde había ido Feng Kuang: la ciudad sede de la secta Hehuan. Su objetivo era encontrar a Bai Rong, por lo que no perdería el tiempo en pretensiones tontas. Sobre todo ahora que tenía la fuerza marcial de Xie Lian.

—¿Le diste poderes espirituales a Su Alteza? —preguntó Feng Xin.
—No lo consideré necesario —respondió Hua Cheng.

Ninguno lo dijo, pero estaban agradecidos de que Xie Lian no tuviera poder espiritual, así Feng Kuang no podría acceder a él. De lo contrario, sería imposible vencerlo.

—Traten de mantener alejadas a las personas de la ciudad —dijo Mu Qing—. Yo iré por Feng Kuang.
—¿No te estás tomando esto demasiado personal? —preguntó Hua Cheng con una sonrisa burlona.

Mu Qing puso los ojos en blanco y no se molestó en contestar. No tenía tiempo para esto… y le costaba admitir que Hua Cheng tenía razón: estaba tomando esto de forma muy personal, y aunque era consciente de ello se engañaba a sí mismo ignorando deliberadamente la razón.

No tenía tiempo para esto.

El dios del suroeste dejó atrás a sus compañeros y se abrió paso siguiendo a la calamidad, logrando alcanzarla antes de que pudiera llegar a su destino. En esta ocasión, no hubo ningún diálogo ni burla: Feng Kuang se abalanzó contra Mu Qing dispuesta a terminar con su vida de una vez por todas; algo que el dios aprovechó para alejarla del sitio al que iba.

—¿Eres consciente de que te estás metiendo en una trampa tú mismo? —inquirió Feng Kuang, al notar que se dirigían a un descampado, cerca del cual se encontraba un barranco.
—¿Tengo cara de que me importe? —replicó Mu Qing.

Era consciente de su situación y le daba igual. Mientras pudiera mantenerla alejada de los poblados, estaba bien para él; estaba seguro de que podría arreglárselas solo.

—Tampoco parece importarte que vayas a luchar contra tu amigo —dijo la calamidad, lo que hizo sonreír al dios.
—No sería la primera vez.

Y además, estaba convencido de que sus habilidades estaban a la par de las habilidades de Xie Lian. Mu Qing no tenía nada que temer. Al menos hasta que un refuerzo inesperado apareció.

Calamidad disfrazada de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora