Capítulo 33. Mi atlantis

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DESMOND

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DESMOND

Oigo los gritos de Binu y como es que llama su nombre que se combina con la masacre del fondo y con la risa de Triddor. 

¿Dónde me encuentro yo? ¿Dónde se encuentra él? 

No noto la diferencia. Es como si fuéramos uno mismo, el reflejo del otro que se niega a dejarse ir, que se aferra con todas sus fuerzas. El cuerpo de mi amigo cae al suelo en un ruido sordo. La sangre brota de su pecho y de su boca, sus manos no sueltan la flecha, se aferra a ella como yo a él. Corro con la desesperación más grande que jamás he sentido, siento como me quema por dentro, como desgarra hasta dejarme sin aliento.

—¡Medras! —Me dejo caer a su lado, su sangre me ensucia por todas partes, me da pánico de solo verla, de sentirla, de lo pegajosa que es y de lo roja que se ve

—Yo... —Medras cierra por un momento los ojos, cuando los abre intenta quitarse la flecha con un grito de dolor, yo lo detengo al instante sujetando sus manos y llevándolas a sus costados—. Yo los vi... a ti y a Binu en problemas. Tenía que venir... yo tenía que llegar a ustedes.

—Desmond —Eric aparece de entre las sombras y resbala hasta llegar a nosotros, Binu a duras penas llega corriendo aún con quemaduras graves—. No puede ser...

Eric alza un hechizo sobre nosotros, una especie de burbuja protectora, el ruido de afuera se esfuma dejándonos en un silencio muchísimo más desolador.

—Todo estará bien —Le digo a Medras presionando donde la sangre sigue saliendo—. Te quitaremos la flecha y todo estará bien.

—No creo que se la puedas quitar —Eric traga saliva sin dejar de ver la flecha que sigue palpitando como si tuviera vida propia—. Ese tipo de flechas se incrustan a tu espalda una vez que te atraviesan.

Mis manos tiemblan de solo pensar ver la espalda de mi amigo, Binu es la que se acerca a ver, sus garras desaparecen dejando uñas pequeñas y rosas, con cuidado levanta a Medras que se queja aún más. Y en efecto, y por más que quiera negarme a creerlo, la flecha está incrustada, como broche a su espalda, la oscuridad penetra su cuerpo poco a poco y eso solo significa una cosa.

—Todo fue mi culpa —Admito derrotado—. ¡Fue la culpa de ese maldito hechizo de protección!

Estoy a punto de agarrar mi espada y aventarla muy lejos, cuando las manos de Medras toman las mías, me sorprende la fuerza que usa, sus dedos callosos a causa de tantos años de entrenamiento aún se sienten duros, listos para dar un buen golpe.

—No seas idiota —Medras me ve, como jamás hubiera imaginado que me vería, como si yo fuera su legítimo rey, como si fuera algún tesoro bien guardado—. Llegue al lugar indicado. Llegue a tu lado.

Binu le quita un mechón de cabello morado de la frente, si mi mente no me engaña puedo notar que va perdiendo su color.

—¿Qué parte de ser el guardia oficial del príncipe no has entendido? —Medras no me deja contestar—. Con protección o no... esa flecha me hubiera dado a mí de todas formas.

CORONADO 2: EL HECHICERO OSCURODonde viven las historias. Descúbrelo ahora