08 | Así te gusto

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"Lo más importante en la comunicación, es escuchar lo que no se dice"

Samantha

31 de agosto, 2018

Mientras esperábamos a que la siguiente clase iniciara, Emily, Cameron y yo nos sentamos en la cafetería. Yo aproveché para comprarme un café calentito que contrarrestara el frío que estaba haciendo. Había estado lloviendo toda la mañana y, pese a que las ventanas de la cafetería se encontraban cerradas, casi podía sentir como las fuertes corrientes de aire traspasaban las paredes y me congelaban las mejillas.

Como el clima siguiera de ese modo, pronto agarraría un resfriado.

Di un sorbo a la bebida caliente mientras escuchaba a Cameron hablar con emoción de todas las ideas que tenía para su fiesta de cumpleaños. Él y su hermana estaban a dos semanas de cumplir los dieciocho y querían aprovechar el fin de semana previo, que sus padres estarían de viaje, para armar jaleo en su honor.

—No necesitamos un DJ —opinó Emily, en tono cansino. Había notado que les estaba costando un poco ponerse de acuerdo respecto a los detalles de la celebración. Emily se inclinaba por una fiesta más sencilla, sin muchos adornos y Cameron, por su parte, quería hacerlo todo a lo grande y de manera exagerada. No conseguían llegar a un verdadero consenso—. Con crear una lista de reproducción y encender el parlante que tenemos en casa es suficiente.

Cam puso los ojos en blanco.

—Eso es demasiado simple. Cumplimos dieciocho, ¿Te acuerdas? Solo te haces mayor de edad una vez en la vida, hay que celebrarlo por todo lo alto.

—Vale, supongamos que contratamos a tu dichoso DJ —dijo ella, condescendiente—. Dime, hermanito, ¿Cómo piensas pagarlo?

—Con mis ahorros —se encogió de hombros—. Tengo todavía lo que me gané en verano y, además, sería a mitad de precio. El primo de Lucas, Dave, dijo que nos haría descuento porque somos prácticamente de la familia.

—O sea que ya te pusiste de acuerdo con él y el que me preguntaras si me parecía bien era mera formalidad.

—Básicamente, sí.

Emily soltó un bufido.

—Eres increíble.

Su hermano le dedicó una sonrisita de suficiencia.

—Eso ya lo sabía.

No pude evitar reírme cuando vi que ella le propinaba un codazo en las costillas, molesta, y él le devolvía el ataque despeinándole el cabello, un gesto que, sabía, su hermana detestaba.

Fui incapaz de controlar la oleada de invidia que se disparó en mi interior. Era cierto que los mellizos Fletcher se pasaban el día discutiendo, pero también era una certeza que no había nadie en el mundo a quien amaran más que al otro. O a quien entendieran mejor. Estaban tan unidos, que podían entenderse sin palabras y sabían exactamente qué hacer para el otro incluso antes de que lo pidiera.

Como hija única, verlo, pero no protagonizarlo, me sabía mal.

A mí siempre me había hecho ilusión la idea de tener hermanos, pero a mis padres no tanto. Papá llevaba años siendo jefe de cirugía y mamá dirigía su propio bufete, eran dos trabajos que demandaban mucho tiempo y energía, y si compaginarlos con la crianza de una sola hija ya había sido complicado, hacerlo con la de dos les habría robado la cordura.

Y de todas formas, ahora las probabilidades de que sucediera eran prácticamente nulas, porque estaban divorciados.

Escuché entonces que la conversación de mis amigos se desviaba a los aperitivos que planeaban ofrecer en la fiesta y la forma de pagarlos. Estaba haciendo mi humilde aporte respecto a lo que me parecía más conveniente servir cuando sentí que alguien me tocaba el brazo, dando dos toquecitos con el dedo.

El arte de fingirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora