02 | Un idiota de ojos bonitos

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"Romperse sin hacer ruido, es el arte de los que aman en silencio"



Samantha

27 de agosto, 2018

No llevaba ni quince minutos ahí y ya había formado un desastre.

—Era mi blusa favorita —Emily formó un puchero con los labios, viendo su ropa completamente estropeada. Le dediqué una mirada arrepentida.

—En serio lo lamento, Ems —me disculpé, pasándole otra toallita húmeda. Había intentado primero con las servilletas, pero solo había conseguido que la mancha de mostaza que había caído de mi burrito se hiciera cada vez más grande sobre la tela celeste de su blusa favorita. No había quedado muy bien y eso solo hizo que me sintiera peor—. Prometo comprarte una nueva.

—No tienes que hacer eso, Sam —me aseguró, dedicándome una sonrisa suave— Es decir, sí, será difícil, pero seguro que consigo quitarle la mancha.

—Al menos deja que yo la lave.

Ella puso los ojos en blanco.

—Bueeeeeno. Si eso te hace sentir mejor, te la pasaré luego para que te encargues tú de esto.

—Genial —sonreí. Emily negó con la cabeza y siguió tallando la camisa, confiada en que lograría mejorarla de alguna forma. Yo me mantuve de brazos cruzados, apoyada contra la pared del baño, mientras la veía trabajar.

Había intentado ayudarla y limpiarla por mi cuenta, como correspondía, pero tras notar que estaba haciendo cada vez más grande la mancha, Emily decidió despojarme de la labor. Ahora me mantenía a su lado, dándole apoyo moral.

—Toc, toc —escuché que decía una nueva voz antes de que, en efecto, la puerta sonara con dos golpecitos. Me apresuré a abrirla. Del otro lado, Cameron, el hermano mayor de Emily, se encontraba apoyado contra el marco y sostenía una de sus camisetas de entrenamiento entre las manos—. Le va a quedar enorme, pero al menos está limpia —dijo, pasándomela.

—Está perfecta, Cam —respondí, en lo que se la lanzaba a Emily.

—¡Gracias, hermanito, eres el mejor! —exclamó ella, le lanzó un beso soplado y se encerró en uno de los cubículos para cambiarse.

—Lo sé, eres tan afortunada por tenerme —Cameron se llevó una mano al pecho, de forma dramática. Puse los ojos en blanco, pero me reí con él—. Apresúrense, el juego ya va a comenzar.

—¿Podrías guardarnos un par de puestos? —pidió Emily.

—Claro, le diré a Lucas que se encargue.

—¡Gracias!

—Bien. Las veré luego, entonces —me miró—. Quiero escuchar tus gritos de porrista, Sam.

—No prometo nada—hice una mueca. Cameron se encogió de hombros.

—Vas a ir con Emily, gritarás como una loca, quieras o no.

Puse una mueca de horror y tras soltar una carcajada, nos dejó solas de nuevo.

Volví a apoyarme contra la pared y esperé pacientemente a que Emily terminara. Cuando estuvo lista, salió y pude ver que, en efecto, la camisa de su hermano le quedaba enorme. Era dos tallas más grande que ella y le cubría más abajo de los muslos, pero ella se encargó de acomodarla un poco, haciéndole un nudo a la altura de las caderas y acomodándolo a un lado. El azul oscuro de la tela ayudaba a resaltar el celeste brilloso de sus ojos.

El arte de fingirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora