11 | Pizza con piña

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"Nada como un pequeño dolor, para recordarte que estás vivo"


Samantha

13 de septiembre, 2018

En un momento, You belong with me de Taylor Swift sonaba por mis auriculares. Y al otro, todo lo que podía oír era silencio. Levanté la cabeza para encarar al osado ser que se había atrevido a despojarme de mí música y todo lo que pude ver fue a Asher, llevándose mis audífonos a los oídos y escuchando la canción con una mueca de disgusto.

—No me digas que eres una fan de Taylor Swift.

Arrugué un poco las cejas. El entrenamiento había terminado hacía ya quince minutos y él acababa de ducharse. Tenía el cabello húmedo, no lo suficiente como para que le mojara la ropa, pero sí como para que sus desordenadas hebras azabache se vieran mucho más oscuras de lo normal. Además, no llevaba puesto el uniforme del equipo, sino un par de vaqueros gastados y una camiseta blanca pegada al cuerpo que le marcaba los abdominales y dejaba a la vista los músculos de sus brazos.

Me pregunté si no tendría frío, ya que yo llevaba encima un jersey de lana y un abrigo, y aun así me estaba congelando.

Me despegué del jeep, en el que me encontraba apoyada, y estiré el brazo para recuperar los auriculares.

—¿Por qué lo preguntas como si fuese un problema?

—Porque lo es.

Pestañeé varias veces, confundida.

—¿No te gusta su música? —le pregunté con cautela. Como me dijera que no, iba a coger el libro que tenía en la mano y le daría con él en la cabeza.

—No —contestó—. Hace que me dé migraña.

Lo miré con los ojos muy abiertos. No podía estar hablando en serio.

Antes de que pudiese recriminarle su mal gusto, Asher me descolgó la mochila del brazo y se encaminó a guardarla junto con la suya de deporte en el maletero. Rodeé el vehículo y me metí en mi sitio, más indignada de lo previsto.

Cuando se subió, yo estaba ocupada desconectando mis auriculares del móvil y guardándomelos en el bolsillo.

—No te he dicho que lo apagaras.

—No, solo has puesto cara de asco y me has dicho que la música de Taylor Swift te da migraña —me quejé—. Me ha quedado claro que la odias.

—No la odio, simplemente no soy un fanático de sus canciones.

—Estoy segura de que ni siquiera te has tomado la molestia de escucharlas.

—Oh, créeme, ya lo hice. Una vez me reuní con Megan en su casa para hacer un proyecto y se encargó de darme ella misma un concierto.

—No es lo mismo oír a alguien cantándolas que escucharlas directamente de la reina de la industria musical —repliqué, acercándome a la pantalla del coche para conectarla a mi móvil. En solo segundos, Red, una de mis canciones favoritas, estaba sonando por los altavoces.

—Eh, no, estás profanando mi coche.

Le subí aún más el volumen solo para molestarlo.

—Venga, Asher, culturízate un poco.

Lo oí suspirar como diciendo «Si no hay más remedio» y aunque me puso cara de circunstancia, me dejó ser desde que salimos del instituto hasta que llegamos a su casa.

Llevábamos dos semanas estudiando en la biblioteca, pero los jueves nuestros períodos libres no coincidían, así que si queríamos continuar con las tutorías, teníamos que hacerlo después de clases y fuera del instituto. La semana pasada había sido mi casa, esta vez iríamos a la suya.

El arte de fingirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora