03 | Cavando tumbas

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"A veces sabes que te vas a estrellar y en lugar de frenar, aceleras"



Samantha

28 de agosto, 2018

«Mierda» pensé, en cuanto observé la entrada de la escuela completamente vacía. Había llegado tarde. Otra vez.

Apreté el agarre en mi mochila y aceleré el paso en dirección al aula de literatura. No iba a alcanzarme el tiempo para pasar por mi casillero a recoger los libros que me faltaban, así que no solo iba tarde, sino que no tenía a la mano el material. Ojalá que Emily sí hubiese llevado el suyo y así lo usábamos juntas.

Bufé, apartándome el flequillo de la frente, que no me dejaba ver bien. Había pasado un tiempo desde que me lo había cortado por última vez y ahora estaba más largo de lo que podía soportar. Debía ir a que me lo acomodaran antes de que me dejara ciega algún mechón rebelde.

Observé la hora en el móvil y comprobé que habían pasado ya cinco minutos desde que había entrado. Dios mío, era demasiado lenta.

Tenía esa mala manía de acostarme muy tarde por estar leyendo. Siempre me soltaba a mí misma el típico «Solo un capítulo más» y terminaba leyéndome una saga entera en una sola noche; por ende, cuando amanecía, no solo no había dormido casi nada, sino que me costaba horrores desprenderme de las cobijas. En consecuencia, nunca llegaba a tiempo.

Ese día no era la excepción.

Avancé con rapidez hasta el salón y cuando por fin llegué, me quedé de piedra. A través de la pequeña ventanita que había en la puerta, pude ver como el señor Allen—mi maestro de literatura—organizaba a todo el curso en parejas y les repartía copias con los talleres. Formé una mueca lastimera al ver que a Emily la habían asignado con alguien que no era yo. Menuda suerte.

—¿No piensas entrar?

Di un respingo ante la presencia de una voz familiar. La reconocía a la perfección porque le pertenecía al dueño de todos mis suspiros. Logan Anderson estaba de pie junto a mí, mirándome con curiosidad.

Me trabé incluso antes de soltar alguna palabra.

—Y-yo...Bu-bueno, es que, no sabía si...si debía entrar. Ya sabes, quizá el señor Allen me mandé a dirección por llegar tarde otra vez.

—La puntualidad no es lo tuyo, ¿Eh? —bromeó—. Siempre eres la última en llegar.

—Dormir es más lo mío, la verdad.

Logan dejó escapar una risita que hizo que se me acelerara el corazón. Lo había hecho reír. ¡Yo! Iba a desmayarme.

—Deberíamos entrar ya. Más tarde es más triste —propuso y yo le di la razón con un asentimiento de cabeza. Abrió la puerta y me indicó que pasara primero. Grave error. Quise hacerme bolita y ocultarme en un rincón cuando al menos treinta pares de ojos se giraron en mi dirección—. Buenos días, señor Allen. Lamentamos llegar tarde, mucho tráfico.

Su dulce voz inundó el salón y la acompañó con una gran sonrisa de dientes blancos. Casi me derretí al verlo. Logan no solo era atractivo, sino que tenía el carisma suficiente para que la gente le prestara toda su atención y le siguiera el rollo casi sin intentarlo. El señor Allen cayó también. Con toda la calma que seguramente no hubiese utilizado con otro, hizo un gesto despreocupado con la mano y nos dedicó una sonrisa.

—Está bien, pasen, pero les informo que serán compañeros en este trabajo, son los últimos en llegar —informó. Logan asintió, poco interesado y tras recibir la hoja que el señor Allen le extendió, se adentró al lugar hasta llegar a su asiento. Yo, por otro lado, me quedé estática en mi lugar, tratando de procesar lo que eso significaba—. ¿Hay algún problema, señorita Frey?

El arte de fingirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora