10 | Tenemos un trato

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"Si jugamos con fuego, nos quemamos los dos"



Samantha

02 de septiembre, 2018

El domingo por la tarde, me la pasé pegada al ordenador. Me había vuelto la inspiración de golpe y todo lo que había hecho en cuanto mi padre me dejó sola en casa fue ponerme a escribir. Hacía semanas que no actualizaba mi libro.

Le di al botón de publicar con una sonrisa de oreja a oreja y tan solo dos minutos más tarde, las notificaciones empezaron a llegar. Todavía me parecía surrealista la cantidad de lectores que tenía y lo mucho que les gustaban mis novelas. El gusto que les tenían era tal, que daba igual cuanto tiempo me tardase en publicar nuevo contenido, siempre lo recibían con cariño y me hacían saber que seguía contando con su apoyo.

Leí un par de comentarios de uno que otro lector sorprendido por el giro que había dado la trama. La verdad es que a mí también me había tomado por sorpresa. Lo había empezado a escribir con una vaga idea inicial y, como solía pasarme, parecía que mis personajes se habían escrito solos y todo se había cambiado de golpe.

Pero eso sí, había quedado cien mil veces mejor que como lo tenía planeado.

Era la magia de la literatura. Podía ser solo tinta en un papel—o pixeles en una pantalla—, pero lo que había allí escrito tenía tanta vida como uno se lo permitiera.

Me quité las gafas y aparté el ordenador tras leer algunos comentarios. Me froté los ojos con pereza y dejé escapar un bostezo. Estaba agotadísima. Había pasado la noche entera dando vueltas en la cama, pensando en lo que había pasado con Logan y en las consecuencias que me iba a traer. Desde el incidente no había hablado con él ni tenido noticias de Scarlett, lo que me mantuvo ansiosa desde que me acosté hasta que el sol salió al día siguiente.

Me preguntaba qué castigo me esperaba el lunes, cuando volviese a la escuela. Seguro que Scarlett se pasaba el fin de semana maquinando mi escarmiento.

Mientras pensaba en ello, se escuchó el sonido de unas llaves y un segundo después, la puerta de la entrada se abrió. Confundida, revisé la hora en el móvil. Me pareció raro que mi padre hubiese vuelto tan pronto cuando me había dicho que se pasaría el resto de la tarde con Amanda.

Con el ceño fruncido, me levanté del sofá y corrí a recibirlo. Papá se estaba quitando la bufanda y el abrigo, y nada más verme, me lanzó la más severa de las miradas.

Wow, vale. Estaba cabreado.

¿Qué había hecho ahora?

—Has vuelto pronto —le dije cautelosa. Debía andarme con cuidado si no sabía bien a lo que me enfrentaba. Él apenas me miró y a mí se me encendieron todas las alarmas.

Debía de haber metido la pata hasta el fondo si el ni siquiera quería mirarme.

—¿Papá?

—He tenido que volverme antes —murmuró. La frialdad de su tono habría helado el infierno. Sin decir nada más, me pasó de largo hasta la cocina. Yo lo seguí perdida y angustiada a partes iguales.

¿Qué demonios estaba pasando?

Vi que se servía un vaso de agua y se lo bebía todo enseguida.

—¿Está todo bien? ¿Ha pasado algo con Amanda?

—No.

—Vale...¿Entonces qué...?

Con algo de fuerza, dejó el vaso sobre la barra, haciéndome dar un respingo, y por fin me miró. Habría preferido que no lo hiciera. Parecía decepcionado.

El arte de fingirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora